Más allá del calor

Más allá del calor
Más allá del calor
Heraldo

El calor de estos días derrite hasta las sombras. 

Es difícil trabajar, pensar y dormir con estas temperaturas. Cuando aprieta sólo quienes disponen de aire acondicionado se libran del cocimiento. Pero cuanto más utilizamos las máquinas de refrigeración, más contribuimos a incrementar el calor que buscamos combatir. Esa ‘solución’ enmascara el problema de fondo: el clima que conocíamos ya no es el que era. Por eso no vale decir ‘ande yo fresquico y ríase el calorcico’. No es necesario ejercer como climatólogo para constatar el cambio y los problemas que se vislumbran.

Calor siempre hemos sufrido en verano, pero en ese ‘siempre’ que conocemos, hasta los más viejos de cada lugar confirman que no se había vivido algo como lo de estas últimas semanas. Sin embargo, pese a estas experiencias directas y a los avisos sobre el cambio climático estamos lejos de modificar nuestros usos y costumbres. Aquí intervienen tanto la pereza, la desidia como la ignorancia administrada estratégicamente, es decir, producida a sabiendas. Esa dosis de ‘no saber’ se combina con lo que sí se conoce pero no se quiere que se sepa, de forma que el ‘statu quo’ se mantiene; pues hay quienes hacen su agosto con estas circunstancias.

Hay mucho dinero en juego. Tal como apunta Robert Proctor en la introducción al libro ‘Agnotología’ es una dinámica que viene de viejo donde, además, se aprovecha para trasladar la carga del desastre a la ciudadanía: "La gran industria del carbono –‘big carbon’– introduce la noción de ‘huella de carbono personal’ para que el cambio climático global deje de ser un problema de producción de combustibles fósiles y pase a serlo de consumo individual". Y tiene razón, pero las dimensiones del asunto son de tal calibre que ese detalle se ha convertido en realidad. Ya hemos sobrepasado los límites creyendo que el crecimiento y el consumo son infinitos. Creyendo y viviendo del festín como si las prácticas individuales no tuviesen efectos en el sistema.

A pesar de la evidencia de que el cambio climático va en serio y de que sus
consecuencias ya están aquí y las estamos sufriendo, seguimos comportándonos
como si el crecimiento económico y el consumo pudieran ser infinitos

Hemos aceptado colectivamente que la Biosfera se puede explotar sin miramientos, pese a las advertencias de que Gaia no lo soporta todo, pese a la sabiduría ancestral que reconocía los límites de la Naturaleza. Nos hemos acostumbrado a la comodidad del capitalismo industrial y hemos caído en la trampa tecno-científica que promete una falsa emancipación de la Vida. Emulamos el viejo mito de Prometeo, pero sin contar con los dioses, como si dentro de nada se fuera a conquistar el invento que produce lluvia a demanda. Pero no es así. De hecho, quienes se dedican a investigar sobre el clima llevan décadas avisando sobre los efectos de nuestras prácticas cotidianas.

El Club de Roma fue claro en 1972 explicando que el modelo de vida industrial y de consumo generalizado debía hacer frente a ‘Los límites del crecimiento’. Veinte años después, en 1992, mostró que estábamos ‘Más allá de los límites del crecimiento’. Treinta años después parece que las cosas van en serio. Las previsiones que fueron hoy son evidencias. El incremento sostenido de las temperaturas está afectando de forma directa a la vida humana y a la del resto de la Tierra. Son muchas las consecuencias de ese calentamiento global. Los modelos climáticos con los que se anticipan los escenarios a corto y medio plazo no son optimistas. Los efectos en el deshielo de los polos, el aumento del nivel de mares y océanos, los procesos de desertificación, con las sequías asociadas, la falta de agua para la población, los fenómenos meteorológicos extremos parece que van a ir a más. Lo vemos venir, pero… ¿Qué podemos hacer?

Como dice el viejo refrán: un grano no hace granero, pero ayuda al compañero. Las pautas de consumo son decisiones individuales donde podemos intervenir. Pueden parecer ‘tiritas’ que no frenarán la sangría. Sin embargo, son un primer paso al alcance de cualquiera. Sin caer en la eco-histeria, es complementario a la denuncia del gran negocio del carbono. Nos toca actuar y tomar en serio lo que han llamado la transición ecológica, pero ésta no ha de ser sólo un nuevo evangelio donde unos ‘illuminati’ nos dictan el camino. Quizá es el momento para tomar en serio las propuestas de decrecimiento y cambiar de lógica.

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