Omeprazol
Omeprazol
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Cuando celebramos no recuerdo si el fin de carrera o el paso de ecuador en aquel mítico restaurante Sella de los que fuimos a la Universidad de Zaragoza hace ya más de una década, un amigo del grupo se había ido de estancia a México. 

Así que para tenerle presente en la cena, imprimimos una fotografía a color, papel satinado, plastificada, que colocamos en una suerte de altar en la mesa. En la imagen se le veía feliz; pelo mojado, boca algo negra del calimocho; pertenecía a una instantánea de una noche en la que salió de fiesta a base de ibuprofeno para frenar una fiebre importante. Era un ser reventado pero alegre. Un temerario de veintipocos que selló con su imagen el resumen de una época en la que no teníamos miedo. La treintena, avanzada, se nota más en las prevenciones que en los achaques. Lo recordábamos el otro día comiendo cuando nos dio por mentar el día que, en un punto indeterminado de Turquía, decidimos que era una buena idea darle nuestros pasaportes a un tipo que prometió devolvérnoslos sellados. Nos quedamos sin documentación durante unas horas y nos fuimos a un bar a hacer tiempo. Todo salió bien pero la clave es que ni dudamos en que fuera a ser así ni el rato de espera nos preocupó más allá de encontrar un sitio donde echar unas cervezas.

Esa inconsciencia es un abismo que recordaba la otra noche cuando, tras dos días seguidos saliendo, me fui a la cama con un reflujo gastroesofágico que me tuvo casi toda la noche sin dormir y con unos sudores que parecía el cuadro de Bécquer en su lecho de muerte de Vicente Palmaroli. Una consecuencia que nació cuando olvidé coger un par de omeprazoles antes de salir de viaje; fármaco antiacidez cuyo único atractivo es su definición exagerada de inhibidor de la bomba de protones y que a los veinte no sabía ni pronunciar.

A los años, la vida les pone complementos que supongo que no son otra cosa que herramientas que te intentan ayudar a seguir siendo la bestia que fuiste cuando las resacas duraban lo que el desayuno, y el riesgo era una cosa que habitaba en límites ajenos a lo conocido. Como el dolor, algunas ausencias o el miedo a otras. La vida vestíbulo, ignorante de decepciones, errores y añoranza. Como un vendaval. El lujo a los veinte era equivocarse. A los treinta, los dos euros que cuesta el omeprazol.

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