Suspendidas por culpa de la pandemia y condicionadas por los nuevos brotes de la enfermedad y el disparado aumento del coste de la vida, regresan a los municipios aragoneses las fiestas y celebraciones patronales. 

Expresión de alegría y del sostenimiento de las tradiciones y el folklore más popular, los consistorios y las diferentes asociaciones culturales se enfrentan al reto de ofrecer un programa de festejos altamente afectado por los precios y por la intensa y repartida oferta de entretenimiento y ocio contra la que, de una forma u otra, habrán de competir. Retomar el curso natural del veraneo en el pueblo, una intensa inyección de dinero y optimismo para el resto del año, supone todo un reto para muchos de los 731 municipios aragoneses.

La industria del ocio y el entretenimiento, que durante los meses de verano trabaja de forma especialmente intensa en el territorio aragonés, se enfrenta este año al reto de su recuperación y al deseo de retomar las facturaciones previas a la aparición de la covid-19. Tras dos largos años de parón y con la incertidumbre que implica la propagación de la enfermedad en esta última ola, las fiestas de los pueblos vuelven con ilusión renovada, pero también convertidas en una nueva exigencia presupuestaria para muchos municipios. El dinero que se destina a estos actos de naturaleza popular no es en absoluto desdeñable y en muchos casos supone una importante partida en unas cuentas ya de por sí limitadas. Encontrar el punto de equilibrio entre el lógico deseo de celebración y el control del gasto es un verdadero reto. Pese a todo ello, las fiestas patronales, en especial las que coinciden con esta época del año, representan una garantía para el reencuentro con las tradiciones y el sostenimiento del arraigo familiar, algo en absoluto despreciable.