Operación Torrente

Operación Torrente
Operación Torrente
Pixabay

En este contexto de guerra latente por estos lares pero real y sangrante en países como Ucrania o Sudán, a nosotros se nos ocurrió ir a un Paintball, acaso la peor comparación entre lo heroico, valiente, táctico y ágil, y nosotros. 

Tocó en el País Vasco, en un caserío de Amorebieta donde arreaba una solana que llegando con coche y aire acondicionado, lo único que nos importó era la pizarra de las bebidas. Nos metieron en una salita y nos dieron unos monos de camuflaje, guantes y un casco protector que al terminar, todos ataviados y en formación, aquello parecía un homenaje a la primera película de Torrente. Lo de la solana empezaba a hacerse pesado y en el caminito campestre hacia el campo de batalla, algunos incluso nos tropezamos porque con el casco se veía regular y a eso se sumaba el sudor que, con 50 metros andados, empezaba a gotearnos por la nariz. Nos dividieron en dos equipos echados a un campo con decoración bélica: bases, muros baleados y cierto desnivel. Había que tomar posiciones e intentar llevar un banderín al puesto base. Arrancó el juego y algunos detectamos un detalle no conocido hasta el momento: las balas de pintura, duelen. Yo me llevé un tiro en el cuello por el que casi tiro el arma, levanto un pañuelo blanco y me voy del campo haciendo la croqueta para llamar a mi madre. Mientras intentaba apaciguar el dolor escondido en un murete al que se le sucedían los disparos, veía a mi amigo Álvaro gritando a nadie: "¡Cúbreme!", mientras no se movía del puesto.

La derrota fue abismal y nos llevaron al siguiente campo de juego. Allí, yo con el recuerdo del cuello, otros con sus moratones en otras partes, sudando como pollos, nos hicieron volver a competir. No habíamos empezado y mi amigo Fran se puso a reptar como los equipos de operaciones especiales pero levantando tal polvareda que hubo un momento que estábamos todos en silencio y solo se oía tierra moverse y un polvillo blanco por encima de un murete. Era su táctica secreta, así que cuando le preguntaron que si ya estaba, arrancamos.

La mayoría, supongo (porque ni me asomé), disparamos ráfagas más por acabar las balas que por ‘matar’ y con las sobrantes nos tuvieron probando puntería contra un cono para descafeinar una épica de la guerra que solo con guion y en el cine puede ser divertida. 

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