Por
  • Julio José Ordovás

Demasiado humo

Humphrey Bogart y Peter Lorre
Demasiado humo
Robert Capa

Un exfumador me dijo que si por algo echaba de menos el tabaco era porque fumar le ayudaba a medir el tiempo. 

Esto quizá no lo entienda alguien que no haya fumado, pero los que fumamos lo entendemos perfectamente porque organizamos nuestros horarios en función de los cigarrillos que consumimos.

Empezamos a fumar por esa prisa absurda que tienen los niños en hacerse mayores, para lo cual se dedican a imitar los hábitos más estúpidos de los adultos. El tabaco estaba prestigiado por una aureola literaria y cinematográfica a la que era muy difícil resistirse. Se fumaba en la pequeña y en la gran pantalla, se fumaba en las novelas y se fumaba incluso en los pocos lugares donde estaba prohibido fumar. El tabaco era una adicción igualatoria. Fumaban el quinqui y el ministro, la lumi y el cardenal, el cirujano y el paleta, la catedrática y el cartero. Entonces fumaba todo el mundo, no como ahora, que solo fumamos los parias.

Los fumadores nos hemos convertido en personajes anacrónicos. Recuerdo que una chica me decía, cuando a los fumadores aún no nos habían anatemizado, que besar a un fumador era como meter la lengua en un cenicero y yo entonces pensaba que aquella chica era una exagerada, y es verdad que lo era, pero también es verdad que no le faltaba razón.

No quiero morirme conectado a un tanque de oxígeno e implorando un Ducados, como Terenci Moix, que se machacó los pulmones durante cuarenta años a base de setenta cigarrillos diarios, por eso me he prometido que este verano reduciré progresivamente mi dosis de nicotina hasta despedirme definitivamente del tabaco. Pero todos los veranos digo lo mismo y ya ves. 

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