Una bandolera

La calle Alfonso más tranquila que de costumbre
Una bandolera
A.A.C

Me decía un amigo, irónico, que menos mal que la OTAN se había reunido en Madrid porque hacía tiempo que no se hablaba de la capital. 

A los que vivimos en Madrid también nos sorprende Madrid, a pesar de la continua expectación que la ciudad se esfuerza por generar en provincias. El alto dispositivo de seguridad de la cita del ‘mundo libre’ empezaba como la boda de la Duquesa de Alba: con gente apoyada en vallas. Aquí, en cambio, no se ha bailado flamenquito, limitado esto a las dulzuras protocolarias de Biden con el Palacio Real y con la españolidad en sí citando la conquista de América con gracejo de emigrante emprendedor.

La irrupción de un acontecimiento político histórico en la vida de una ciudad tiene fogosidad de titular pero poco lucimiento en el día a día de los vecinos. Yo, por supuesto, he salido a cotillear las tres jornadas de cumbre con mi ropa deportiva estilo prejubilado de banca. Sitiado mi barrio de Policía por estar al lado de la plaza de Oriente, hemos cambiado el repartidor de Glovo del portal por dos nacionales armados que a veces parecía que estaban custodiando el bazar chino de enfrente como si esto fuera 2020 y aquello, Wuhan.

El calor disparó la lacra de bandoleras cruzadas que solventan la falta de bolsillos en los hombres si vamos en ropa de verano, calculando ahí las cotas de libertad que hemos podido alcanzar en este lado del mundo cuando, ola tras ola de calor, nadie se ha atrevido a rechistar de esa pandemia monocolor del bolsito que bien podría haber portado un arma o un explosivo, pero que nadie en la OTAN se preocupó de prohibir o registrar. Yo, acaso superado por los acontecimientos de ser epicentro de algo que solo me estaba importando a mí, me esforzaba en explicar a mi madre que los cortes de tráfico eran como si en Zaragoza te cierran Paseo María Agustín, Paseo Pamplona y Sagasta. "Un hachazo en la ciudad", se me ocurrió decir en una suerte de grandeza en mitad de la expectación calmada a la que se está acostumbrando una sociedad cada vez más descreída, relativista y aburrida de grandes eventos para asegurar la continuidad de una modernidad que no convence. La OTAN, en Madrid, fue un teatro de decisiones ya adoptadas, una justificación esteta y moral que inocular; fea pero práctica y útil, como una bandolera.

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