El Torico, la OTAN y el drama de ir al mercado
Vivir sale caro; cada mes más.
La vertiginosa escalada de precios arrastra a la miseria a miles de familias que se creían de clase media y ahora tienen problemas hasta para pagar el pan. La culpa, nos dicen, es de Ucrania. Y aun siendo verdad, también es nuestra y de los que nos gobiernan.
Veníamos de años festejando las bondades de la globalización. La covid, que mató a 108.000 españoles, nos enseñó que también tiene sus riesgos. Cuando salíamos del túnel y aprendíamos a vivir en una descafeinada nueva normalidad, la factura eléctrica empezó a quitarnos el sueño. Tanto corrieron para matar al carbón que se pasaron de frenada y, cuando se apagó la central, se dieron cuenta de los años que todavía tendrán que pasar para que el sol y el cierzo satisfagan una creciente demanda.
En Madrid se reúnen los líderes mundiales para diseñar cómo será el nuevo mundo. Identifican los riesgos, Rusia y China, y reconocen el peligro del flanco sur, el de la inmigración, si bien evitan citar de forma expresa a Ceuta y Melilla al hablar de la integridad territorial a garantizar.
En Aragón nos disgustamos al ver al Torico (o su réplica, quién sabe) despeñado y el sueño olímpico, otra vez frustrado. Pero el drama real es el que se vive en el mercado. Cientos de familias deben elegir entre comprar verduras y fruta, carne o pescado. El 7,5% tiene serias dificultades para llegar a fin de mes; carece de recursos para poner encima de la mesa un plato. Son los damnificados de la lejana guerra de Ucrania y de la incapacidad de la clase política de afrontar un escenario económico desbordado.