La ‘Gloria’ de Goya cumple 250 años

La ‘Gloria’ de Goya cumple 250 años
La ‘Gloria’ de Goya cumple 250 años
Lola García

De Goya se conservan más de doscientas cartas, de toda clase: atrevidas e íntimas, de mero negocio, oficiales y formales, largas y cortas. 

Goya escribía muy bien si se ponía a ello, pero no cuidaba su estilo cuando creía que podía prescindir de apariencias. La tercera de las que se conocen es de negocios y consiste en un recibo firmado a un canónigo del Pilar (solo las tildes son añadidas): "He recibido del señor don Mathias Allué Administrador de Fábrica trescientas y una Libras, y cinco sueldos jaqueses fin de pago de los quince mil reales de Vellón en que ajusté la obra de la pintura del Coreto de la Santa Capilla, por contrata que firmé en veinte y ocho de Enero del corriente Año. Zaragoza julio 31 de 1772". Se trata de un joven Goya que aún no tiene fama en Madrid, pero que ya ha dejado en uno de los templos marianos más importantes de España una hermosa pintura mural, de algo más de ochenta metros cuadrados.

Ha logrado el encargo en un momento de dificultad y con una oferta casi temeraria. Al gran Francisco Bayeu lo tenía ocupado el rey en el Real Sitio de San Ildefonso. Antonio González Velázquez, autor de la excelente cúpula sobre la Santa Capilla, pedía 25.000 reales de vellón por hacer el trabajo, más los gastos, que no serían pocos, pues vivía en la Villa y Corte. Goya pidió 15.000, con todo incluido (andamiajes y personal). Tenía el taller entre la plaza de San Miguel y la calle de la Cadena.

Ya había pintado para los cartujos de Aula Dei unos grandes murales bien concebidos, pero no eran al fresco, técnica que, con razón, preferían los canónigos. Por sugerencia del mecenas millonario Juan Martín de Goicoechea, personaje sin el que no se entenderían muchas cosas de la brillante Zaragoza dieciochesca, le pidieron que mostrase su dominio, teóricamente aprendido en su viaje por Italia el año anterior.

El 21 de octubre de 1771 la junta de fábrica del Pilar, cuyo factótum era el mencionado Matías Allué, determina que "para la pintura que corresponde a la bóveda del Coreto, en el espacio que muestra el dibujo de don Ventura [Rodríguez, arquitecto de la Santa Capilla], hará Goya los bocetos: y si merecen la aprobación de la Real Academia [de San Fernando], se tratará de ajustes" de precio, plazos y calendario. Goya entregó una pintura al fresco veinte días después y, visto el caso, se le pidió un boceto para la bóveda, estrecha y larga. Gustó mucho "a los inteligentes" (entendidos) el que hizo, de metro y medio de ancho (la bóveda tiene 12,5 m), que hoy puede verse en el museo de Ibercaja. El 27 de enero de 1772 se acordó que comenzase "luego (de inmediato) la obra, haciendo antes su contrata, que la arreglará el señor Administrador" (Allué), por considerar que lo visto por los señores de la junta era una "pieza de habilidad y especial gusto".

Hubo de ser un alivio para el bolsillo y el orgullo de quien tenía a su cargo a un padre viejo y enfermo, a su madre, a la hermana que los cuidaba (Rita Goya), al pequeño Camilo y, probablemente a Tomás, el mayor, que, por lo que se sabe y aunque ya casado, debía de ser un poco pasmarote.

Un joven Goya, que apenas había logrado fama y soportaba estrecheces, logró del Cabildo del Pilar en 1772 el encargo de pintar la bóveda del coro menor del templo

Gloria divina

El asunto se integraba en un plan que comprendía todas las cubiertas interiores del templo. Debía ser la Gloria del Nombre de Dios, situado en el pequeño coro (coreto) frente a la imagen de santa María del Pilar. Ese era el asunto que se cantaba en semejante lugar en la liturgia de las horas canónicas.

Sin más tardar, porque el coreto llevaba ya años terminado y sin pintura, el 28 firma Goya el contrato y el 31 se le abona el primer plazo (5.000 reales); en febrero, Goya y su gente hacen los preparativos. Pintan entre marzo y junio, en 25 sesiones. Todo va bien y el 30 de marzo cobra el segundo plazo. El tercero lo cobrará cuando ya se ha visto al comienzo, porque todo estuvo concluido con resultado satisfactorio el 1 de julio. En cinco días, la pintura del Coreto cumplirá doscientos cincuenta años.

Es una pintura hermosa y brillante, concebida en torno a una abstracción: un triángulo (porque figura al Dios cristiano, Uno y Trino) que irradia luz y fulgores y en cuyo interior se lee el nombre que la Biblia da a la divinidad: las cuatro letras hebreas que se transcriben YHWH, Yahvé, a las que en griego se llama Tetragrámmaton, Cuadrilítero. La composición es un aspa de figuras y colores, dirigida toda a resaltar la idea de la divinidad única, omnipotente y creadora. Es, pues, una pintura sumamente ortodoxa, según correspondía a su emplazamiento.

Se le hizo un arreglo en el siglo XIX, por humedades. Y, en el XX, otros tres: Stolz (1940), Ballester (1967) y el muy completo y serio de Grasa y Barboza (1991). Conservaron el visible agujero de una bomba aérea que rompió el fresco el 3 de agosto de 1936, lanzada con otras tres, con poca pericia, por un detestable piloto de guerra procedente de El Prat.

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