Entre Rabat y Argel, nos queda Bruselas

Ejemplares de prensa en un quiosco de Rabat, este viernes.
Entre Rabat y Argel, nos queda Bruselas
EFE

Ni el régimen de Marruecos ni el de Argelia cumplen los mínimos democráticos y de respeto a los derechos de las personas. 

Pero son nuestros vecinos y, puesto que no podemos cambiar esa realidad, lo prudente es llevarnos bien con ambos países. Y el caso es que la España democrática ha conseguido durante decenios mantener con los dos unas relaciones, no de intensa amistad, a pesar de lo que diga el ministro Albares, pero sí de razonable convivencia y beneficiosa cooperación económica y política en asuntos esenciales, a pesar de que no han faltado momentos de tensión. No ha sido nunca una tarea fácil, porque Marruecos y Argelia son enemigos del alma y estrechar lazos con uno sin ofender al otro es un trabajo de equilibrista. Pero si ya era difícil, la relación ‘trilateral’ se complica desde el momento en que Marruecos decide descongelar el contencioso del Sáhara, más o menos aparcado durante treinta años, y presionar en todos los frentes para anexionarse el territorio. Para transitar por ese escenario sin sufrir un serio percance, la diplomacia española hubiera tenido que hilar muy fino, anticipando los acontecimientos y moviéndose entre Rabat y Argel con una sutileza florentina. Y lo que ocurre, ya lo sabemos, es que esperar finura e inteligencia del Gobierno de Sánchez es como pedirle a un pino carrasco que nos dé almendras: lo que no puede ser no puede ser y además es imposible. El Gobierno español no solo ha caído en todas las trampas, sino que se ha dejado humillar por uno y por el otro. Ahora busca en Bruselas el amparo del primo de Zumosol. Menos mal que aún somos europeos.

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