Por
  • Carlos Forcadell Álvarez

Costa, de la escritura a la política

Retrato de Joaquín Costa realizado por Ángel Díaz Domínguez
Costa, de la escritura a la política
HA / Retrato realizado por Ángel Díaz Domínguez

La mejor biografía de Joaquín Costa cumple ya medio siglo, desde que la publicara el hispanista George J. G. Cheyne en 1972. 

Desde entonces han evolucionado las maneras de escribir historia, disponemos de mucha mas información sobre su persona y su obra escrita, y la biografía se ha consolidado como género histórico y literario con métodos propios: si el hispanista británico incorporó al título de la suya la definición de "el gran desconocido", muchos más motivos hay en la actualidad para insistir en su olvido en la historia intelectual de la cultura nacional española. Mejor fortuna biográfica han tenido recientemente sus contemporáneos Galdós o Emilia Pardo Bazán, por no hablar de Unamuno, Azaña, Ortega y Gasset, etc.

Las instituciones aragonesas han desarrollado un programa conmemorativo sobre el 275 aniversario del nacimiento de Goya (1746) cuando el de Joaquín Costa (1846) también cumplía sus 175 años. Conviene llamar la atención desde nuestro presente sobre esta ausencia historiográfica, pública, política, de Costa, sobre todo si se tiene en cuenta el unánime reconocimiento de su excelencia como escritor y político en su tiempo de que fue objeto por las élites políticas e intelectuales de la nación: los intelectuales más lúcidos de la primera mitad del siglo, Ortega y Azaña, ajenos a cualquier tipo de casticismos, le respetaban, le tenían presente y le reconocían como precursor de la europeización de España.

Una vez más, la figura de Joaquín Costa corre el riesgo de ser olvidada,
malinterpretada o manipulada

Costa desconocido, pues, mal conocido, sobre todo, manipulado, por la dictadura de Primo de Rivera en primer lugar, por la dictadura franquista luego, hasta que hoy las organizaciones del Alto Aragón de Vox convocaron actos en febrero del pasado año en Huesca y en Monzón, en el 110 aniversario del fallecimiento de "un modelo de español y patriota", en una perversa utilización del recuerdo de un hombre de la Institución Libre de Enseñanza, laico, republicano, ejemplar liberal de su época.

Para criticar, y demoler, usos públicos tan interesados como injustificados de Costa hay que comenzar por bajarlo del pedestal en que fue colocado como hombre excepcional ascendido a un panteón que lo situaba fuera de la historia, fuera del tiempo, del suyo y del nuestro, un proceso en el que también colaboraron fervientes ‘costistas’. Su figura ha de ser anclada en la cultura europea y española de su época, una persona y una biografía que no constituyen ninguna anomalía en un tiempo en el que el camino de sabio y hombre de letras a político es un paisaje habitual, iniciado también desde una condición social humilde, como Zola (1840), que pasó de empleado de librería a oráculo nacional, o el autodidacta dublinés Bernard Shaw (1856).

Joaquín Costa quiso ser y fue un hombre público y un escritor público, estudioso, profesor, notario, historiador, que esperó hasta sus 50 años (1896) para intervenir en la vida política proponiendo programas políticos para la España de fin de siglo, algo que llevó a cabo con gran repercusión, pero que no duró más de 6 o 7 años, desde que en 1896 se presentó a las elecciones por Barbastro, pasó a liderar la Liga Nacional de Productores (1899) y la Unión Nacional (1900) y hasta que obtuvo el acta de diputado republicano por Zaragoza en 1903, antes de retirarse, desencantado, de la actividad política, que no de la escritura.

Su obra, aparentemente dispersa –sobre todo cuando sus exégetas la han troceado inmisericordemente: Costa jurista, sociólogo, historiador, filólogo, geógrafo, economista, novelista–, se caracteriza, bien al contrario, por una radical unicidad y coherencia, de la que él era muy consciente, y que es preciso reconstruir tras la meritoria empresa, interrumpida, de editar unas obras completas (Ed. Guara, 1981). Como es necesario recomponer desde nuestro presente una biografía en la que su presencia pública ha de estar estrechamente relacionada con su vida privada, algo más posible desde la edición de sus memorias (2011) y diarios personales (2021) de Juan Carlos Ara.

Para comprender a Costa, hay que situar su vida
y su obra en el contexto de la cultura europea y española de su época

Pues todos los trabajos y los días de Costa confluyen en una crítica económica, ejemplar y muy bien fundamentada para su tiempo, del Estado español, una crítica empírica y materialista desplegada en numerosos escritos, artículos, libros y discursos, cuyo objetivo era mejorar las condiciones concretas de la existencia cotidiana de los agricultores y de los ciudadanos, y una paralela y resonante crítica política del funcionamiento del Estado de la Restauración que alcanzó su cumbre con la publicación de su ‘Oligarquía y caciquismo’ (1901), un aldabonazo en la opinión pública comparable al que dio Zola en Francia con su ‘Yo acuso’ (1898).

Joaquín Costa, "el baturro más adorable" que dijo haber conocido Giner de los Ríos, "el hombre bondadoso al que le gustaba leer a Julio Verne", al decir de Rafael Altamira, fue uno de nuestros escritores y políticos más notables, un liberal ejemplar en la España y en la Europa de su tiempo, mal conocido, sí, y por tanto, y por lo que se ve, en riesgo de ser otra vez manipulado.

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