Con permiso

Carnet de conducir.
Con permiso
Pixabay

Estaba viendo ‘La vida de nadie’, una película en la que el protagonista es un estafador que lleva una doble vida y acaba como el rosario de la aurora. 

Me acordé de un pariente mío que también era un estafador profesional cuya vida era una gran mentira. En el coloquio de la película, Manuel Jabois dijo que la verdad le resultaba más atractiva y más valiente que la mentira. Estoy de acuerdo con él. Si buscas la verdad, lo primero es reconocerse como uno es. Fui a renovarme el permiso de conducir. Las pruebas técnicas me salieron muy bien. En el reconocimiento médico admití que no conduzco. Reconocí mi hipertensión y otras taras propias de mi edad. Y confesé que no he vuelto a conducir desde que me retiraron durante dos meses el permiso de conducir en un control de alcoholemia. No podía ponerme al volante si no tomaba dos vinos para vencer la amaxofobia que me había impedido conducir desde que conseguí aprobar el examen de conducir el día que el papa Juan Pablo II estaba en Zaragoza y había un tráfico endemoniado y yo, que no soy religiosa, tuve que dar gracias a Dios. Esto último no se lo conté a la doctora que me hacía el reconocimiento. Me di cuenta, eso sí, de que estuve más tiempo en esa consulta que el resto de los ‘renovantes’. Creo que causé cierta desconfianza por culpa de mi sinceridad. También dije que no pensaba conducir, que solo quería llevar en mi cartera el carnet porque eso elevaba mi autoestima. Y nunca se sabe lo que nos puede deparar el futuro, me dijo la doctora como si me conociese de toda la vida.

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