San Úrbez
Cuando los ojos de mi abuela ya no le permitían enhebrar agujas, me pedía que lo hiciera yo y, en agradecimiento, siempre me decía "santa Lucía te conserve la vista".
Y, cuando, entre divertida y escandalizada, alguna vez nos escuchaba a mis amigas y a mí hablar de nuestros devaneos adolescentes, repetía "san Antonio bendito, búscales un buen novio". A él recurría también si se le extraviaba algo. Y, cuando se disponía a viajar, se encomendaba al Sagrado Corazón de Jesús, para que la asistiera en el desplazamiento.
En esta especie de politeísmo cristiano de mi abuela, san Úrbez ocupaba un lugar especial, porque, en la ribera de Fiscal donde ella vivía, se le invocaba, con el fin de que el cielo lloviera en tiempos de sequía. Sin su voz, disuelta en la tierra de la memoria, aún puedo encontrar las huellas de esta religiosidad popular, trasmitida generación tras generación, en aquel ‘Compendio de la vida y milagros de san Úrbez’, de Francisco Villacampa, que me dejó y que el paso del tiempo tiñe como hojas de otoño. También puedo hallarlas en la romería de san Úrbez en Albella, que volverá a celebrarse el 4 de junio, como una fiesta religiosa, como una manifestación identitaria y de cohesión social para aquella tierra vaciada. Pero, sobre todo, suelo descubrir la estela de esa devoción popular en el Camino de San Úrbez, catalogado como Sendero Turístico de Aragón (el GR 268), porque, siguiendo los pasos del santo, sigo los de mi abuela y los de una parte de la historia que soy.