Manías lingüísticas

Manías lingüísticas
Manías lingüísticas
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Me supe viejo, al comprobar que mi alumnado desconocía la expresión ‘ir de marcha’.

Ahora es ‘ir de fiesta’. En general, el lenguaje habla del cambio social antes que la sociología y otros saberes, que van a remolque de la vida. Por eso, soy sensible a las palabras que velan fenómenos significativos.

El primer caso que me marcó fue la imposición legal de ‘Lleida’ y ‘Girona’, topónimos que a un hispanohablante le son tan ajenos como ‘London’. Como me gusta oír el nombre de mi ciudad en otros idiomas, esa medida me sorprendió.

Luego vino usar ‘género’, en vez de ‘sexo’, práctica que comenzó hace sesenta años, cuando el feminismo norteamericano consideró que la neutralidad de ‘gender’, frente a la carnalidad de ‘sex’, sería tomada más en serio por jueces y legisladores varones. Y quizás entonces fuera así, pero hoy vendría bien la fuerza expresiva de lo fisiológico. Digamos que, entre ‘violencia de género’ y ‘violencia machista’, no hay color.

Últimamente, me perturba mucho el término ‘migrante’, porque me parece que conserva la connotación peyorativa de ‘inmigrante’ y ‘emigrante’, pero suprimiendo la historia, la cultura y la emoción de estos vocablos, es decir, su parte vital y digna.

Estoy a favor de la corrección política, que es expresarse sin denigrar, excepto cuando produce lo contrario. Así, en la supresión de ‘Lérida’ y ‘Gerona’ no aprecio respeto por el catalán, sino condescendencia, a costa de la riqueza del castellano. Y en ‘género’, ‘migrante’, o ‘disfuncional’, veo una asepsia que cosifica y discrimina a las personas. Manías de viejo, quizá.

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