Es posible

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Heraldo

En ocasiones, la vida duele y vivir se convierte en un dolor, en algo más que una sensación instalada en el cuerpo. 

Se transforma en sentimiento donde la congoja realimenta un bucle destructor. Si se cronifica es difícil salir, pero se puede. Aunque es intransferible, cuando se comparte se fragmenta, se diluye. Hablar de eso que duele es el primer paso para entender el proceso psicosomático y espiritual que está implícito.

El dolor es una respuesta sistémica y corporal. Es una alerta de autoprotección de tipología diversa ante un daño. Siempre tiene sus causas. Unas son minúsculas, como cuando una pequeñísima astilla se clava en la yema de un dedo o una simple mota de polvo llega al ojo. Otras veces son asuntos mayúsculos y graves. Pero también hay problemas, amenazas que apenas se perciben y donde fallan las alertas. En cualquier caso, conocer las causas del dolor ayuda a encontrar las curas y, si estas no existen, a integrarlo en nuestra condición limitada.

El dolor suele ser una señal de alerta de nuestro organismo. Pero su percepción
puede variar considerablemente según circunstancias psicológicas y sociales

El dolor es una experiencia personal, pero también tiene un componente social. Entendemos lo que nos duele en un contexto, donde se entretejen sensaciones, pensamientos y emociones. Esto se procesa internamente con distintos grados de consciencia. Para quienes tienen una visión materialista, el dolor es una conclusión que el cerebro activa para protegerse como cuerpo. Pero también cabe añadir una visión trascendental que aporta otra explicación y su dosis analgésica, difícil de constatar.

Como se deduce, la intensidad de lo que duele es una experiencia que no siempre correlaciona con la dimensión del daño corporal sufrido. De hecho, las señales provocadas por lesiones de distintas dimensiones solo se activan si el cerebro decide que algo duele. Y esto sucede siempre en unas circunstancias que coadyuvan para que se active o no el dolor. Incluso sabemos, como dice el refrán, que ‘las penas con pan mejor se van’. Los sensores de peligro se inician o no dependiendo de con quién y dónde estamos. Las creencias y pensamientos se convierten en impulsos nerviosos que afectan al cuerpo. Cuando se toma conciencia de esa relación es posible cambiar de perspectiva e incluso reinterpretar la percepción del dolor. Con ese primer paso se puede quitar la espina que se ha clavado en el dedo o en el corazón. Así, una buena parte de las soluciones no solo está en la reparación de tejidos y lesiones; los miedos, las creencias, el propio relato personal activan el ‘mecanismo’ pero también el dolor crónico e impide su superación. Es más, también afecta al sentido que se da a la propia vida. Es bien complicado salir del surco donde de manera impredecible nos llevan las emociones. Si el surco se convierte en grieta y la grieta en abismo entonces es más difícil remontar.

Y existe también un dolor emocional que tenemos que aprender a gestionar

El dolor correlaciona con traumas físicos, emocionales y espirituales. La variedad es considerable. Además, lo que para unas personas es insoportable, para otras apenas molesta. Eso sí, cuando algo duele, concentra el foco personal de atención. Hasta que otro clavo quita ese clavo. Todo depende de cómo procesa el cerebro la información del peligro que percibe. Este procesamiento puede estar alterado bien por inhibición o bien por hipersensibilidad. Cuando sucede, el sistema tiene más complicada su propia reparación. En muchos dolores no son los tejidos el problema principal, pero cuesta encontrar la causa que los provoca y las posibles soluciones. Aunque conviene recordar que el dolor es la forma de proteger el cuerpo que somos. Si esto es así, entonces hay que buscar de dónde proviene la amenaza.

Uno de los dolores más difíciles de metabolizar es el emocional. Las horas se hacen eternas y el dolor infinito incluso bloquea el cuerpo. Cuando esa sensación invade la sangre, esta llega a hervir. La rabia, la ira, el temor, la frustración inducen descargas hormonales que complican la solución. La sabiduría que germina con el dolor, comparte muchas dosis de endorfinas que han catalizado el daño de partida. Es duro, no es sencillo, hay que convencerse de que es posible salir del abismo y reconstruirse.

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