De los nervios

Nervios
De los nervios
Heraldo

Mi abuela Presen siempre padeció de ‘los nervios’. 

La recuerdo como si estuviera aquí mismo diciendo que no quería que se le ‘apoderasen’. Entonces, siendo yo un crío, no entendía nada de aquella expresión. Se me hacía extraño que eso de los nervios fuera una enfermedad, ni siquiera una dolencia por la que quejarse. Después, cuando comencé a estudiar en la escuela el cuerpo humano, todavía lo entendí menos. El sistema nervioso –que nuestro maestro orgullosamente ligaba al cuasi-larresano D. Santiago Ramón y Cajal– no era eso que yaya sufría. Tenía que ser otra cosa y, de hecho, con el tiempo descubrí que es algo distinto.

Recuerdo que mi abuela pasaba horas y horas sentada haciendo ganchillo. Hizo infinidad de tapetes, pañitos, colchas con distintas florituras. Eso decía que la tranquilizaba, con lo cual intuitivamente asocié su dolencia con una ausencia. Es decir, se le pasaban los males concentrando su atención en cada puntada; si se relajaba, entonces los nervios desaparecían. Se esfumaban como por arte de birlibirloque, justo lo contrario de quedarse en reposo. Porque, curiosamente, la calma y el silencio para sus nervios eran lo peor. Necesitaba activarse para no sentir que se le apoderaban. O como alternativa, rezar el rosario. Esa era otra solución que duraba buen rato, todo dependía del número de misterios. Era una forma de ‘cambiar de chip’, diríamos ahora, con efectos en todas las dimensiones de su mismidad. Lo espiritual servía de remedio para su salud física y emocional. Aunque también acudió al médico del pueblo, más cuando el sistema público de salud se hizo gratuito y universal. Antes había que pensárselo. Durante un tiempo le recetó optalidón.

España es uno de los países donde se consumen más medicamentos para apaciguar la ansiedad

Ese barbitúrico tenía efectos maravillosos que mi abuela detectó al poco de probarlo. Y por eso mismo se lo tomó con muchas cautelas. Bastante antes de que fuera retirado de las farmacias, intuía que esa pastilla no podía ser buena para su salud. E igual hizo con las distintas medicaciones que le recetaban para dormir mejor. Cogía un cuchillo bien afilado y reducía a la mitad o incluso un cuarto la dosis prescrita. Como decía, "a estas cosas mejor no acostumbrarse". Prefería sus infusiones y tisanas de distintas plantas. Y por esa razón también caminábamos por el monte a buscar hierbas y hojas para sus infusiones. Confiaba más en las plantas que en los comprimidos, "¡a saber qué llevarán!". Mi abuela aprendió a gestionar sus nervios con los recursos que tenía disponibles. Además de los descritos, para ella, ‘charrar’ de sus penas y miedos era la mejor terapia.

Como entonces los psicólogos brillaban por su ausencia, desarrolló una versátil habilidad para entenderse a sí misma. Si viviera hoy posiblemente tipificarían sus achaques como trastornos de ansiedad. La etiqueta le vendría bien para poner nombre al tema. Esto, en ocasiones, es la mitad de la solución. En otras, una multiplicación del problema. Hoy supongo que se resistiría a drogarse como ya hizo entonces, pero no las tengo todas conmigo que pudiera vencer a las estadísticas. El ‘Informe de la Junta Internacional de Fiscalización de Estupefacientes, 2021’ señala que España es el país de los 87 considerados con "las tasas más elevadas de consumo de todas las benzodiacepinas con una presencia significativa en el mercado lícito […] Las benzodiacepinas más consumidas en 2020 fueron alprazolam, el diazepam, el lorazepam, el oxazepam, el clonazepam, el bromazepam, el lormetazepam y el brotizolam".

Al parecer hemos olvidado otros procedimientos para lidiar
internamente con nuestras inquietudes y preocupaciones

Una buena parte de los nervios de mi abuela eran resultado de los distintos traumas a los que tuvo que enfrentarse. Quedarse viuda con 21 años y con una hija recién nacida no fue fácil en una sociedad como la de entonces. No le quedó más remedio que luchar contra los elementos y contra los miedos innumerables de su época. Fue una mujer llena de ‘empenta’, rasmia y amor que vivió el pánico de la viudedad poco antes de comenzar la guerra. Sintió la escasez con la ansiedad intensa que provoca. Tuvo el coraje para desarrollar estrategias de supervivencia y siempre supo que las preocupaciones alteran el estómago y no dejan dormir. El peligro inminente se quedó marcado en su conciencia, pero también supo encontrar su propio camino que hoy no está de moda. Adivine y cultive usted su diálogo interno.

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