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  • Ángel Garcés Sanagustín

Los ‘fermines’ y los ‘pilares’

Los 'fermines' y los 'pilares'
Los 'fermines' y los 'pilares'
Heraldo

Hace unas semanas, surgió una controversia por la omisión de cualquier referencia a san Braulio, patrón de la Universidad de Zaragoza, en los actos y avisos oficiales relativos a la ‘festividad’ de dicha universidad. 

No entraré en esta polémica porque he decidido no entablar ningún conflicto público con la institución a la que pertenezco. Y, sobre todo, no alentaré la controversia porque ‘doctores tiene la Iglesia’.

Hace cuarenta años, cuando cursaba los primeros cursos de Derecho en Pamplona, oí por primera vez referirse a las fiestas de julio como los ‘fermines’. Ignoro qué hubiera pensando Ernst Hemingway al respecto. Cuando, poco tiempo después, recalé en Zaragoza, observé que era habitual referirse a las fiestas patronales como los ‘pilares’. Recuerdo que especulé si, acaso, se conmemoraba la instalación de unas pilastras en un solar y desconozco lo que pensará Ken Follett sobre el particular.

España se configuró como un Estado aconfesional en la Constitución de 1978. Pero, más de cuatro décadas después, por mor de los cambios sociales, culturales y normativos que han transformado el país, se puede afirmar, sin ningún género de tapujos, que España es hoy un Estado laico en la práctica.

La aconfesionalidad del Estado y la secularización de la sociedad no impiden que reconozcamos que las catedrales forman parte de nuestro patrimonio histórico

Occidente tiene un problema para entender las relaciones entre la religión y el Estado. En parte, como consecuencia de una lógica secularización, que, en algunos casos, ha devenido en un impostado anticlericalismo. También por las dificultades que encontramos para entender y asumir el multiculturalismo.

Selin Esen, la catedrática de Derecho constitucional de la Universidad de Ankara de la que alguna vez ya he hablado, me enseñó cómo se ven las cosas desde Oriente. Hace muchos años, se hizo una campaña en la Facultad de Derecho de Zaragoza para suprimir la misa que se hacía en el centro en homenaje a nuestro patrón, san Raimundo de Peñafort. Yo defendía esa causa, en aras de la libertad.

Recuerdo con precisión lo que ella me comentó: "Ángel, ¿os obligan a ir a misa? No, ¿verdad? Entonces, ¿por qué la supresión del rito religioso es una manifestación de libertad? En todo caso, será lo contrario. Se impedirá el ejercicio de un derecho a los creyentes. En Turquía, nuestro actual sistema político veta las manifestaciones religiosas en los centros públicos, lo que se plasma en la prohibición del velo en las universidades. Y esta medida constituye un grave error, que pagaremos. Está generando la aparición de miles de islamistas, que se revuelven contra esa imposición. En las pasadas elecciones municipales, los islamistas ya han ganado en las principales ciudades. Pronto, vencerán en las generales y ya no se irán. En Occidente no entendéis que el islamismo no es un movimiento religioso, es un proyecto político. Como, casi siempre, la política pervierte la religión para sus fines más espurios".

En aquel tiempo ya descubrí que, en ocasiones, era mejor escuchar a una inteligente musulmana agnóstica que leer a algún resabiado intelectual occidental itinerante. A Occidente le ha costado siglos liberarse de esa pueril pulsión revolucionaria que, en sus peores versiones, atentaba contra edificios y obras religiosas. Nuestra ermitas, iglesias y catedrales forman parte de nuestro patrimonio cultural e histórico y hace mal la Iglesia en apropiarse legal, que no legítimamente, de algunas.

También es incomprensible que determinadas autoridades públicas se nieguen a asistir a expresiones públicas y manifestaciones ciudadanas que trascienden lo religioso y que forman parte del mejor acervo de la tradición cultural de las comunidades que representan.

Ni deberían impedir que las autoridades asistan a actos que representan nuestra tradición cultural

España ha dejado de ser católica. Casi un siglo después de la desafortunada y populista frase de Azaña, el líder de la República que terminó siendo inhumado con un ataúd que tenía un crucifijo que cubría la mitad de la caja, nuestro país ha dejado de ser sociológicamente católico.

Esta realidad no es buena ni mala. En el fondo, ya es un dato irrelevante.

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