Circular
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Desde el amanecer el cielo se llena de estelas de aviones que a veces se cruzan dibujando enormes aspas en equis. 

Miramos hacia arriba mientras vamos paseando por el campo. ¿Dónde irán?, nos preguntamos. Me acuerdo de varias personas a las que no les gusta viajar, que prefieren pisar terreno conocido y no variar de costumbres. Para mí, el concepto de viajar ha ido cambiando, tal vez desde el confinamiento, que me produjo la sensación de que salir de casa era un gran viaje en el que había que fijarse mucho en todo. Salíamos a una realidad distinta, a un tiempo nuevo. Y la vista se fue aguzando.

Vemos también un ave rapaz que nos sobrevuela con una culebra colgando del pico. La seguimos con la mirada, pero enseguida nos olvidamos de ella. Vamos en busca de una antigua fuente que brota medio oculta en un ribazo musgoso rodeada de maleza. Ese hilillo de agua nos tiene absortas y calladas durante unos minutos, hasta que una mariposa blanca nos devuelve a la realidad como si un hipnotizador hubiera chasqueado los dedos. Quizás todo ha sido un sueño y no han pasado estos dos últimos años.

Decidimos volver por otro lado, descubrir un nuevo camino entre cañaverales. Es bonito no tener que desandar los pasos. Me gustan las rutas circulares. Recordamos los nombres de algunas plantas con las que hacer una tortilla: hinojo, collejas y esparvos. Vadeamos un río intentando saltar de piedra en piedra. El agua está bastante fría. No hemos tenido que retroceder y eso nos pone contentas. Los móviles emiten ruiditos de mensajes recibidos. Volvemos a tener cobertura. 

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