Cabizbajo
Semana Santa que tiene mucho más de semana que de santa, excelencia en las aulas que tiene bastante más de colador que de seleccionador, presión impositiva que presiona a los que más sienten la presión, inflación galopante que no hay bridas que refrenen, cultura de la paz abocada a la barbarie de la matanza: primavera invernal, otoño veraniego, invierno primaveral, verano otoñal.
Así vamos, ¡y vamos mal! ¿Razones para el optimismo? Pocas, frágiles y escurridizas. Ese padre que, en Ucrania, apoya su mano en la ventanilla exterior del tren para chocarla -cristal por medio- con la manita de su hijo, que parte hacia ningún sitio conocido mientras papá se encamina hacia todos los horrores desconocidos. ¿Metáfora? Ni tan siquiera: ¡realidad, vida… o muerte, más bien!
Sabemos cómo debería ser la realidad, pero la realidad no lo sabe y nosotros somos incapaces de ayudarla a dar pasos bien orientados. En cada cruce de caminos, el mundo parece elegir la senda equivocada. Cada metro, el precipicio se nos acerca; y, a pesar de ello, nosotros mismos aceleramos el paso con una inconciencia alocada, caótica, suicida.
No es ya la bizantina discusión de la botella medio vacía o medio llena; es que la botella es opaca, inaccesible, lejana. Y, cuando la tiremos, será en el contenedor de plástico aunque sea de vidrio: solo para fastidiar, únicamente para reivindicar nuestra impotencia, pataleo del artista antes de meter la cabeza en la boca del león.
Como diría el loco: en abril, disgustos mil.