Por
  • Andrés García Inda

Caminar juntos

Caminar juntos
Caminar juntos
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El término ‘sínodo’, que la Iglesia católica utiliza para referirse a determinadas asambleas o concilios, significa etimológicamente algo así como ‘caminar juntos’. 

El pasado 9 de octubre la Iglesia inició un nuevo sínodo, que concluirá en octubre de 2023 y cuyo objetivo es precisamente reflexionar y discernir sobre la ‘sinodalidad’, entendida ésta como la forma o el estilo de la vida y la misión de la Iglesia. Así lo planteaba expresamente el Documento preparatorio de este proceso: "¿Cómo se realiza hoy este ‘caminar juntos’ en los distintos niveles (desde el local hasta el universal), permitiendo a la Iglesia anunciar el Evangelio? y ¿qué pasos nos invita a dar el Espíritu para crecer como Iglesia sinodal?". Desde el 17 de octubre está teniendo lugar la fase diocesana del sínodo, que concluirá el 19 de mayo. En esta etapa del proceso, católicos de todas las diócesis del mundo se reúnen en parroquias, movimientos, centros sociales y culturales de la Iglesia, etcétera, para rezar, pensar, dialogar, escuchar y tratar así de dar respuesta juntos a esas preguntas.

La Iglesia católica está preparando un sínodo que habrá de reflexionar precisamente sobre la ‘sinodalidad’, es decir, sobre el estilo de vida y la misión de la propia Iglesia

Hace unos días, el 26 de marzo, Enrique Ester avanzaba en HERALDO algunos datos provisionales de la diócesis de Zaragoza, que seguramente serán similares, proporcionalmente, a los del resto de las diócesis. Cuando escribo este artículo se calcula que en Zaragoza unas 3.500 personas están participando en casi 400 grupos sinodales, y unas 1.300 personas han respondido individualmente a los cuestionarios. Hay quienes viven el proceso con entusiasmo y quienes lo miran con escepticismo. Con los datos en la mano, el vaso puede verse bastante lleno (más de la mitad de las parroquias están participando activamente, con una fuerte implicación de los laicos y una valoración muy positiva de los participantes) o algo vacío (muchas parroquias no lo hacen y son pocos los jóvenes). Pero en el fondo esa diversidad es también parte de lo que significa hoy día la sinodalidad de la Iglesia, que desborda las propias fronteras del sínodo. Y la no participación es otra forma de hacerlo, que también habrá que saber escuchar. Porque la sinodalidad no se reduce al concreto procedimiento sinodal convocado; y seguramente lo más importante que éste va a aportar y está ya aportando es su propia –e inevitablemente limitada– experiencia de aquella. No en vano, como el papa Francisco ha insistido en ocasiones, de lo que se trata no es de conquistar espacios de poder, sino de animar procesos de conversión: "Es el tiempo el que inicia los procesos –decía Francisco en 2013 en una entrevista con el jesuita Antonio Spadaro–; el espacio los cristaliza. Dios se encuentra en el tiempo, en los procesos en curso. No hay que dar preferencia a los espacios de poder frente a los tiempos, a veces largos, de los procesos. Lo nuestro es poner en marcha procesos, más que ocupar espacios. Dios se manifiesta en el tiempo y está presente en los procesos de la historia. Esto nos hace preferir las acciones que generan dinámicas nuevas. Y exigen paciencia y espera".

A la participación de los laicos se le asigna un papel fundamental

Hace unos años me tocó impulsar y gestionar un proceso de reflexión estratégica. El sínodo no es lo mismo, lo sé, y sería un error equipararlos; pero en algunas cosas se le parece. Y además, visto en perspectiva, una buena reflexión estratégica también quiere ser a su manera un proceso sinodal. Coincidió aquella tarea con la lectura de un poema de Enrique García-Máiquez, que me sirvió de referencia y estímulo para la gestión. A su manera, el poema recordaba el conocido imperativo de Píndaro, del que hizo Nietzsche una de sus banderas: "Conviértete en lo que eres". Dice así el poeta: "Comienzo a construir por el tejado: / lo primero que hago es acabar / y después viene el resto, o sea, todo". Así es a menudo en la vida, pensé también yo. A veces, como escribe García-Máiquez, es después de algún tiempo cuando uno termina convirtiéndose a la fe que tenía, escribiendo el poema después de ser poeta, o conociendo a los tipos estupendos que siempre fueron sus amigos… Solo al final se acaba encontrando los cimientos. Quién sabe, imaginé entonces, puede que soñar un horizonte estratégico consista en eso: ponerse juntos a "dibujar los planos de la casa / donde llevo viviendo varios años". Quién sabe, pienso ahora, tal vez en ese aspecto el proceso sinodal sea algo parecido.

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