No nos hace falta una guerra

No nos hace falta una guerra
No nos hace falta una guerra
POL

La vida, de vez en cuando, nos somete a unas paradojas que son difíciles de explicar.

Vivimos unos días terribles, en los que vemos las atrocidades de una guerra que pensábamos superada. Somos testigos de unas imágenes que creíamos que solo podíamos ver en blanco y negro. No es así, somos testigos de las peores consecuencias de nuestra capacidad de destrucción, en directo y a todo color.

Al mismo tiempo que podemos apreciar la capacidad de devastación que tenemos, también estamos asistiendo a unas escenas de solidaridad que nos llenan de esperanza. Personas que ayudan a desconocidos que, simple pero trágicamente, precisan de los demás. No pretenden nada ni buscan ninguna notoriedad. Solo siguen el dictado de su conciencia y esto nos reconcilia con el ser humano.

Junto a los horrores de la guerra, la invasión de Ucrania ha provocado un movimiento de solidaridad con los refugiados

Aprovechar estas líneas para ofrecer un reconocimiento a todos los que hacen algo más que lo habitual con los refugiados de guerra es lo que se debe hacer. Pero quiero ir un paso más allá y hablar de un caso que, aunque sé que es particular, ha venido a mí en estas fechas.

La solidaridad y la compasión humana son, en mi entender, una de las virtudes que nos hace humanos. Hace pocos días tuve la posibilidad de poner en contacto a una persona, en representación de otras muchas, que desde hace mucho se dedica a ayudar desinteresadamente a otros. Y estos otros son mayoritariamente niños, siempre los más desvalidos y los más necesitados. Estas personas, y su organización, lo hacen todos los días aquí, entre nosotros, en nuestra ciudad y sin esperar a que estalle un conflicto, porque la necesidad no entiende ni de tiempo ni de fronteras. Su vida está dedicada a aquellos que sufren y que, con su ayuda, pueden obtener un alivio a sus calamidades. Muchos han sufrido personalmente desgracias y saben bien qué es la desesperación. Por eso lo hacen tan bien.

Aunque solo esta actitud ya es digna de reconocimiento, lo que me ha tocado en lo más íntimo es lo que narro a continuación. Por un azar de la vida creí oportuno ofrecerles una posibilidad de ayuda y así lo hice. Pero mi sorpresa surgió cuando, además del agradecimiento que siempre dan a todos aquellos que, en mayor o menor medida, les apoyamos, fueron ellos los que se ofrecieron a colaborar en acciones que yo misma podía hacer. Su actitud no fue solo aceptar la ayuda ofrecida. Fue decir que sí y que contara con ellos para lo que precisara, que su voluntad y fe en que la necesidad existe no se circunscribe a sus propias acciones. Me dijeron alto y claro, quizás sin quererlo, que no hay cooperantes y necesitados, que todos estamos en todos los lados a la vez y que, solo entendiéndolo así, la solidaridad, como puesta en práctica de la compasión, será plenamente efectiva.

Pero no hace falta una guerra para descubrir
ejemplos de acciones solidarias que tienen lugar de forma habitual entre nosotros

La lección, sin pretender ningún adoctrinamiento, fue magnífica. Nunca he creído que la mayoría de las personas que ofrecen su ayuda lo hagan por lavar sus conciencias, como algunos incrédulos pretenciosos afirman. La buena fe existe en la mayoría de las conciencias, pero en algunos casos se torna actitud vital. Ofrecer tu trabajo desinteresado a quien te pretende ayudar es una de las cosas que más me conmueve. Cuando es el menesteroso el que se ofrece, el corazón no se encoge, se ensancha hasta el infinito.

Todo a lo que me he referido ocurre aquí, en nuestra ciudad y entre nosotros. Nuestros barrios menos pudientes son testigos de muchas acciones de solidaridad de mis amigos, y de otros muchos grupos, sin que nos demos cuenta. Quiero hacer un llamamiento para que todos los que conozcamos a alguien que de verdad se interese por los demás, no lo deje en el olvido y ayude de la forma que entienda mejor. Son lo mejor de la sociedad y debemos reconocerlo y apoyarlo.

Quiero terminar diciendo que, si alguien quiere conocer a los héroes de los que he hablado, que no dude en buscarme y le diré cómo conocerlos, porque tengo muy claro que no hay mayor vulneración de la privacidad que ver a un niño sufrir en un telediario, aunque le hayan tapado los ojos con una banda negra.

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