Hacia arriba

Escaleras del Sepu, restauradas e instaladas en el patio interior de las viviendas que se ubican en el mismo lugar donde estaban los grandes almacenes.
Hacia arriba
José Miguel Marco

La tercera primavera pandémica llega cansada y envejecida, como si viniera de muy lejos.

Llueve a ratos y los geranios no acaban de florecer. Apilamos leña seca cerca de la estufa porque quizá se retrase la llegada del buen tiempo. Hace mucho que no salgo a pasear por el campo. Termino de leer 'Mortal y rosa', de Francisco Umbral. Me ha llevado varias semanas su lectura pues es un libro muy amargo. No podía leerlo del tirón, así que lo intercalaba con otras lecturas. Leí del tirón 'Las chicas de la 305', de mi admirada Ana Alcolea, en cuyas páginas yo iba imaginando un guion cinematográfico. Veía con claridad a las seis chicas y me reconocía en ellas. Revivía las ilusiones y los agobios de nuestra juventud, los primeros amores, también la presencia de determinadas profesoras a las que admirábamos y de las que esperábamos que nos marcasen un rumbo. Reviví las escaleras del viejo Sepu, que me daban tanto miedo como a Sofía, una de las protagonistas. Esas escaleras representaban la modernidad, el cambio de una sociedad que empezaba a dejar atrás la carga de lo rural. En aquellos años era difícil ser moderna y de pueblo como la protagonista de los recientes comics de Raquel Córcoles. Por eso nos daban vértigo las escaleras mecánicas, porque era como dejarse llevar por una corriente que nos alejaba de lo que éramos para convertirnos en mujeres del futuro. Tenían algo mágico, como de alfombra voladora, y lo mejor era estar subiendo. Estar en perpetuo tránsito siempre hacia arriba, porque solo eran de subida. Lo de bajar ya lo pensaríamos después.

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