Estamos en un ay

Un blindado ruso durante la operación sobre Ucrania.
Estamos en un ay
Stringer / EPA / Efe

Una potencia en declive ataca a un país de su entorno. 

Muchos blindados son chatarra y las ruedas son de imitación, la goma se deshace al contacto con el barro del deshielo. Pero tiene muchas bombas, misiles, y bastantes aviones. Y suficientes bombas atómicas para destruir la vida en el planeta. A pesar de los avisos poca gente creyó que iba a atacar de verdad. Pero lo hizo, y ahí sigue su convoy de ferralla oxidada atrapado en el fango, disparando misiles y poniendo sitio a las ciudades. Así que ahora la amenaza de recurrir a las bombas nucleares no parece tan rara. Podría ser. Ante el atasco del invasor la gran potencia emergente le sugiere al tirano que ofrezca una salida porque el conflicto es la ruina para todos. Y el tirano, crecido con sus armas estratégicas, decepcionado por el pobre resultado de su campaña relámpago y el rechazo del mundo, propone una salida: la misma del primer día, pero con muchos muertos encima de la mesa y un país ya destruido. Los invadidos se han crecido tanto que hasta desprecian a los que están de su lado y en parte les ayudan. En medio de una guerra es difícil mantener la ecuanimidad. Si ya en la vida normal cuesta entender lo que pasa y valorar las opciones (en general, ninguna), bajo las bombas y los misiles la cosa se complica más. La situación recuerda a guerras de hace casi un siglo, guerras que pocos recuerdan porque los que las sufrieron ya no están. Estamos en un cruce de caminos: igual podrían pactar mañana la paz y quedar tan enemigos… Que enzurizarse más y escalar el abismo. Estamos en un ay.

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