Director de HERALDO DE ARAGÓN

¿En quién confía Putin?

Vladímir Putin.
Vladímir Putin.
Aleksey Nikolskiy / Efe / EPA

El 19 de noviembre de 1985 se produjo en la ciudad suiza de Ginebra una cita histórica que marcaría las relaciones diplomáticas entre Estados Unidos y la antigua URSS.

 La reunión entre Ronald Reagan y Mijaíl Gorbachov comenzó con la distancia en la que se definía la relación entre las dos potencias. Aquel encuentro, que los historiadores consideran que marcó el principio del deshielo de la Guerra Fría, entró en los libros de historia por la sugerencia del presidente estadounidense a su homólogo de abandonar la sala para buscar una conversación privada entre ambos. «Señor secretario general. No desconfiamos porque estamos armados -señaló Reagan-, sino que estamos armados porque desconfiamos uno del otro. Está bien que nuestra gente hable de reducción de armas, pero no es tan importante como que usted y yo hablemos de cómo podemos reducir la desconfianza entre nosotros». Esta anécdota, relatada en el libro ‘¿Puedo llamarle Mijaíl?’, del periodista Antoni Coll, refleja con nitidez la importancia del vínculo personal en las relaciones internacionales, una herramienta de la diplomacia clásica que a lo largo de los años ha logrado frenar multitud de conflictos. El pasado viernes, el coronel en la reserva y doctor en Ciencias Políticas José Miguel Palacios insistía en HERALDO en la confianza como base de cualquier relación, más aún en el terreno de la política internacional. Palacios aseguraba que «cuando existe la confianza es fácil llegar a acuerdos. Cuando la confianza falta, o desaparece, cualquier capacidad es interpretada por la otra parte como una amenaza. Putin no confía en nosotros. En absoluto. No confía en Estados Unidos, de los que cree que buscan la destrucción de Rusia».

Sería interesante descubrir en quién confía Vladímir Putin, qué mandatario internacional goza del respeto suficiente como para sentarse sin la distancia que impone una gigantesca mesa de reuniones y señalarle la mayúscula barbaridad que está cometiendo en Ucrania. Sin vínculos afectivos ni emocionales con Occidente, Putin, que se permite amenazar a Suecia y Finlandia, se ha sentido libre para comenzar una invasión respaldada por la guerra y la muerte que resulta incomprensible a ojos de la vieja Europa; un brutal atentado contra la legalidad internacional ejecutado porque, sencillamente, no existía disuasión posible y porque sabía que la respuesta de Europa y Estados Unidos se situaría en el terreno de las sanciones económicas.

Ucrania se ha quedado sola -«Estamos solos», señaló el presidente de Ucrania, Volodímir Zelensky- y esta soledad, lanzada como un reproche a todo Occidente, se ha visto confirmada en una operación militar amparada en una dolorosa impunidad. Aceptando que el equilibrio internacional atiende a un frágil juego de debilidades y fortalezas será difícil que Zelensky reciba el apoyo que necesita. Putin, cuyos tanques avanzan desde diferentes punto dentro del país, ofrece ahora una negociación tras una victoria militar que le permite argumentar frente a los suyos que solo con las armas se mantiene la influencia de Rusia.

Desgraciadamente, la evidencia ratifica que, más allá de las fronteras de la UE, la Cumbre de Yalta, la misma en la que Stalin, Roosevelt y Churchill acordaron la división de Europa, continúa estando demasiado presente en la mente de Putin.

miturbe@heraldo.es

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