Adjunto a la Dirección de HERALDO DE ARAGÓN

Regreso al siglo XX

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Regreso al siglo XX
Viticor

Durante la Guerra Fría, los ciudadanos de la URSS y de los países satélites solo disponían en las escuelas de un modelo de planisferio que situaba en el centro el gigantesco territorio soviético, que sobrecogía por su inmensidad. 

¡Hasta once husos horarios tenía! América aparecía cortada en dos y colocada discretamente en ambos extremos. Por contra, en Estados Unidos siempre se utilizaba otro mapa en el que en el lugar central se veía el continente americano rodeado por los océanos Atlántico y Pacífico. La URSS aparecía cortada en dos y emplazada en ambos extremos. Así lo cuenta Ryszard Kapuscinski en ‘El Imperio’, un libro imprescindible para entender el alma rusa. El periodista polaco explicó que Rusia es un inmenso país habitado por un pueblo al que desde hace siglos mantiene unido una idea vivificante: la ambición imperial.

Desde 1945 se ha querido construir un orden internacional basado en la concordia y la ley

Para mantenerse indefinidamente en el poder, Vladímir Putin ha intentado desde el año 1999 reeditar ese anhelo imperial tras la desintegración de la URSS. En una primera fase, hasta la anexión de Crimea en 2014, se presentó como el único capaz de librar al país de las fuerzas destructivas internas y externas, de la corrupción y de los movimientos independentistas musulmanes del Cáucaso. Desde 2014, ha protagonizado diversos episodios de agresividad exterior como la intervención en Siria o las operaciones para intoxicar a las opiniones públicas de Estados Unidos y de países europeos como el Reino Unido o España.

Moscú argumenta que se siente amenazado porque desde que desapareció la URSS, en 1991, la OTAN ha ido creciendo junto a sus fronteras. Putin recurre así a una clásica táctica que él, como antiguo teniente coronel del KGB, conoce perfectamente: avivar el patriotismo con la excusa del supuesto enemigo exterior. En realidad, la precariedad de la economía y de las instituciones es hoy una amenaza mucho más grave para Rusia que cualquier desafío militar. Pero el cleptocrático ‘zar’, que lleva más de dos décadas ocupando el principal despacho de la plaza Roja, solo anhela perpetuarse en el poder evolucionando hacia un régimen aún más autocrático que utiliza las hazañas militares, una agresiva política exterior y el sentimiento antioccidental para alimentar el quimérico sueño imperial del pueblo ruso.

No obstante, para mantener la paz hay que orillar a aquellos para los que ese orden no constituye la ‘paz’ y están dispuestos a utilizar la fuerza para cambiarlo

Con la invasión de Ucrania, el Kremlin viola las reglas que desde hace décadas regulan las relaciones internacionales. Históricamente se pueden definir dos grandes corrientes sobre estas reglas: la realista y la idealista. Los realistas (desde el cardenal Richelieu a Raymond Aron) establecen que lo que impera en la escena internacional es la política de poder y el interés nacional. Por contra, los idealistas (con el presidente Woodrow Wilson a la cabeza) insisten en la política de valores y en la necesidad del control democrático, basándose en la existencia de una moral universal y en la aprobación por parte de una opinión pública bien informada. Entre estas dos visiones, el final de la Guerra Fría abrió una etapa de equilibrio entre el pragmatismo y el idealismo, entre los intereses estratégicos y el Derecho internacional. Ahora, la megalomanía de Putin recupera el matonismo típico de la primera mitad del siglo XX, porque para un autócrata la ley siempre es la del más fuerte.

Al analizar la invasión de Ucrania hay que tener presente la interpretación histórica que realiza Henry Kissinger en su libro ‘Diplomacia’: "Cuando la paz ha sido el objetivo primordial de un grupo de potencias, el sistema internacional ha estado a merced del miembro más feroz de la comunidad internacional". Putin ha demostrado que, en pleno siglo XXI, está dispuesto a recuperar los más bárbaros métodos del siglo XX. Es tarea de las democracias liberales demostrarle que él solo es una rémora de un pasado sangriento.

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