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  • Editorial

Gravísimo ataque a la legalidad internacional

Un tanque ruso ardiendo
Un tanque ruso ardiendo
Ministerio de Defensa ucraniano

La Rusia de Vladímir Putin perpetró ayer una agresión bélica gravísima, arbitraria y sangrienta contra un país soberano como es Ucrania. Desde que finalizó la Segunda Guerra Mundial, en 1945, es la primera vez en Europa que un ejército extranjero traspasa de forma masiva las fronteras de otro país para someterlo. Mediante frágiles y falaces argumentos, tales como que la seguridad de Rusia estaba en peligro por pedir Ucrania su ingreso en la OTAN o que los rusos y los ucranianos son el mismo pueblo, olvidando que de forma casi unánime el pueblo de Ucrania decidió en los años noventa ser independiente, Putin ha provocado una guerra inaceptable que merece una condena contundente. Desafía así el marco jurídico internacional con una inusitada agresividad contra sus vecinos, más propia de otra épocas, y con una flagrante violación de las normas multilaterales construidas con ahínco a lo largo de muchas décadas. 

Putin ya venía hostigando a Europa y Estados Unidos con su ‘guerra híbrida’, a caballo entre los ciberataques y las campañas de propaganda y desinformación, porque le incomodan las democracias estables. No olvidemos que Rusia es un país con falsas estructuras democráticas, en las que Putin gobierna a su antojo, engañando a sus ciudadanos y eliminando cualquier tipo de oposición, encarcelando a sus opositores o incluso haciéndoles desaparecer físicamente. Ahora ha dado un inaceptable paso adelante, de incalculables consecuencias.

Nos enfrentamos a un monstruo que puede hacernos revivir horrores del pasado. Por eso Occidente tiene que responder y encontrar las medidas necesarias y de una dureza proporcional a la guerra que ha desencadenado Putin para frenar su locura. De entrada, los países occidentales, en una primera respuesta, han incrementado las sanciones económicas contra Rusia para reducir su capacidad de acceso a los mercados y servicios financieros. El objetivo es disuadir a Moscú y obligarle a retirar sus tropas. En un mundo globalizado, el país más grande del planeta puede ver estrangulada su operativa económica y sufrir un intenso empeoramiento de sus datos de PIB, inflación y tipos de interés. Estas sanciones deben ser articuladas desde una unidad sin fisuras dentro del bloque occidental. Hay que seguir por esa vía, con firmeza, para que el propio Putin y también los ciudadanos rusos entiendan que las veleidades expansionistas tienen severas consecuencias. No están en juego solo la seguridad y la integridad territorial de Ucrania, sino también la preservación de la paz, la estabilidad y la legalidad internacional.

La UE ha denunciado «un ataque contra la estabilidad de Europa y el orden internacional». Desde Washington, el presidente Biden ha acusado a Putin de emprender «una guerra injustificada y catastrófica». El desafío del Kremlin es de todo punto inadmisible porque Ucrania es un país soberano para decidir su destino y porque la obsesión, casi enfermiza, de Putin por devolver a Rusia a la dimensión territorial de la desaparecida Unión Soviética no legitima un baño de sangre.

Putin, convertido en un cleptocrático líder con pocos escrúpulos, ha fortalecido su músculo militar hasta convertirlo en un instrumento de chantaje a sus vecinos y a la comunidad internacional. Por eso es imprescindible pararle los pies, porque la prioridad de la Humanidad es construir un mundo regulado por el derecho y no por la fuerza.

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