Una historia torpe y nada ejemplar

El secretario general del PP, Teodoro García Egea, y el presidente del Partido Popular, Pablo Casado, durante la reunión de la Junta Directiva Nacional del Partido Popular, a 20 de agosto de 2020.
Una historia torpe y nada ejemplar
Ricardo Rubio/Europa Press (Archivo)

Por lo que toca a los oráculos, según Michel de Montaigne en sus Ensayos, "habían comenzado ya a caer en descrédito mucho antes de Jesucristo", por lo que resulta más fácil analizar las causas del desastroso final de la era Casado que profetizar de qué manera el partido podrá recomponerse del destrozo.

Era difícil vaticinar su magnitud, pero estaba claro que ese cóctel de emociones tóxicas -complejo de inferioridad, celos, ambición- solo podía acabar fatal. Tras un difícil inicio como líder del PP -canditato inesperado a presidir el partido después del desalojo de Rajoy y la derrota en primarias de Dolores de Cospedal y Sáenz de Santamaría-, las encuestas comenzaron a sonreír a Pablo Casado. Pero la dulzura de esta expectativa, alimentada por las gravosas alianzas de Sánchez, la fue envenenando su causa principal: la victoria incontestable de Ayuso en Madrid. A partir de ahí, Pablo Casado mostró su debilidad en público mientras Teodoro García Egea manejaba en secreto su arma para dejar fuera de juego a Ayuso. La cúpula de Génova,13, ese edificio gafado, repetía que el congreso de Madrid no era importante. Se callaban qué era lo importante: dejar en la cuneta a Ayuso con un feo dossier que conocían de oídas. La acusación de corrupción, en directo y sin pruebas, a su compañera fracturó el partido y dinamitó el poder que el tandém Pablo/Teo había tejido para blindarse ante una posible derrota electoral. Una historia torpe y muy poco ejemplar que castiga duramente a sus artífices.

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