Caleidoscopio

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Caleidoscopio
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Este año se cumplirán cuarenta y dos años de mi llegada a Zaragoza. 

Al principio pensé que no aguantaría mucho, que el cierzo de enero y las tardes sofocantes de verano no eran para mí. Vivía en un piso alto con vistas hacia el oeste. A veces me parecía ver, como en un espejismo, que el Moncayo se acercaba al atardecer. A veces me sentía muy sola en aquella atalaya.

Cuando mi madre se vino a vivir conmigo empezamos a hacer paseos botánicos por el parque Bruil. Llevábamos en el bolso una guía de árboles y a todos les poníamos nombre. Aún recuerdo los arces negundos, las acacias tres espinas, un almez o litonero que se nos resistía, los aligustres que en plan pedante llamábamos ‘ligustrum japonicun’ y otras especies que subsistían del antiguo jardín botánico del Señor Bruil. Viniendo del medio rural, siempre buscábamos la naturaleza en el asfalto. Pero también nos gustaba callejear y aprendernos los nombres de las calles. Muchas de ellas me parecen un poco mías: la calle del Sepulcro, la calle Cortesías, el callejón del Órgano, la calle Heroísmo, la calle Gavín, la plaza Asso… Algunas de esas calles pertenecen al territorio de Julio José Ordovás, que ha escrito un libro precioso sobre Zaragoza. El libro se titula ‘El peatón sentimental’ y es una declaración de amor a Zaragoza y a la vida.

"La ciudad, sí, como un caleidoscopio sentimental", dice en el capítulo ‘Sombras’. Me encanta. Es de esos libros que te reviven por dentro. He recordado que, desde el momento en que empecé a recorrerla con ojos de enamorada, no volví a sentirme sola en Zaragoza.  

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