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Los monstruos que devoran niños

La patinadora rusa Kamila Valieva sufre una caída durante su actuación en los Juegos Olímpicos de Pekín.
La patinadora rusa Kamila Valieva sufre una caída durante su actuación en los Juegos Olímpicos de Pekín.
Eloísa Pérez / Reuters

Esta semana una imagen me ha impactado sobremanera. La de la joven patinadora rusa Kamila Valieva, con su nombre y sus sueños rotos con solo 15 años. Una cría expuesta, juzgada y condenada en directo, mientras el mundo la contemplaba como parte de un espectáculo. De la gloria del cuádruple salto que la dio a conocer en todo el planeta, a la vergüenza del dopaje y la caída en el hielo.

¿Sabría ella que le habían dado una sustancia para que saltara más alto, más lejos y más fuerte? A esa edad es lo mismo saberlo que no. Da igual porque ya ha sido devorada y escupida por un sistema que consume historias y vidas como si fueran pipas.

En los Juegos de Tokio, la laureada Simone Biles dejó claro el coste que supone para la salud mental la presión del deporte de élite en las personas, imaginen en los niños. En su caso se sumaban además años de abusos sexuales que sufrieron ella y sus compañeras a manos del médico que debía velar por su bienestar sin que nadie hiciera nada.

Nadia Comaneci, la leyenda de la gimnasia, obtuvo un 10 perfecto en las olimpiadas de Montreal. Tenía 14 años y pesaba 30 kilos. El camino para alcanzar la gloria de ella y el resto de gimnastas rumanas de la época pasó por una disciplina inhumana que se fundía con la tortura: hambre, azotes, humillaciones e insultos.

No tiene sentido que se permitan estas aberraciones en una práctica que pretende hacer bandera del esfuerzo, la salud y la honestidad.

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