El doble rasero

El doble rasero
El doble rasero
Heraldo

Cuando juzgamos a las personas con rigurosa igualdad, sin la menor diferencia, lo llamamos hacerlo con el mismo rasero. 

Hablamos del doble rasero al juzgar de manera diferente en función de personas e ideologías. Lo vemos todos los días cuando justificas en los afines lo que no toleras en los diferentes. Para hacerlo siempre encuentras un motivo para aceptar lo que hacen quienes consideras ‘los tuyos’, pero nunca lo encuentras para intentar comprender si eso mismo lo hacen ‘los ajenos’. Se podría considerar que el doble rasero es una forma de hipocresía, pero creo lamentablemente que es, más bien, una forma de ceguera, porque quien juzga así quizás es inconsciente de ello. Se termina creyendo sus propios argumentos. Últimamente estamos asistiendo a demasiadas situaciones con este modo de comportarse, tanto fuera como dentro de nuestro país.

La mentira y la hipocresía del doble rasero parecen, por desgracia, actitudes
habituales en la práctica política 

Los medios de comunicación lo han titulado como los jolgorios de Boris Johnson. Situación que le ha causado un profundo desprestigio. La causa inmediata parece a primera vista ridículamente pueril. En Downing Street se entregó a una rutina de borracheras nocturnas mientras el resto del país se encontraba bajo un estricto confinamiento. Sus primeros intentos de escabullirse no le sirvieron. Es más, lograron sacar a la luz más juergas en las que participaron él y su esposa. Este modelo de comportamiento está poniendo de manifiesto que hay una norma para él y los suyos, y otra para todos los demás. Esta forma de actuar es la manifestación clara de la existencia de un doble rasero en la cúpula del poder. Quien debería dar ejemplo no lo hace y su conducta tiende a corromper toda la vida pública. En vez de decir la verdad desarrolla lo que se ha conocido como ‘Operación Echar Carnaza’, que consistía en soltar una lluvia de promesas gratas a oídos ‘tories’. Ninguna de esas fanfarronadas ha sobrevivido al más breve choque con la realidad. Tratar a los votantes como idiotas a los que hay que comprar es una rasgo de la demagogia con la que Johnson llegó al poder. Es un buen modelo del desprecio con el que los dirigentes populistas tratan al pueblo que gobiernan. Como también lo es el otro rasgo que ha envenenado a la Gran Bretaña post-brexit: la mentira en política. Johnson se ha desmoronado porque una y otra vez no ha dicho la verdad al Parlamento y al país acerca de las bacanales de Downing Street. Cuando abandone el poder quizá será el momento de decir la verdad. Como recientemente declaró Pablo Iglesias: "Yo ya no soy político, puedo decir la verdad". La mentira y la hipocresía parecen habituales en la práctica política, quizá porque son la manera con que los partidos pueden acusarse unos a otros, y no dejan de hacerlo.

Pero quienes así actúan están destruyendo
la confianza en la política, en el sistema democrático

En el Parlamento británico se acaba de oír a propósito de esta situación: ¿se puede confiar en la política? Somos muchos los ciudadanos españoles que cada día nos hacemos la misma pregunta. Soy de las que creo que la manipulación se está cargando la confianza en los políticos. Posiblemente se esté cargando la política misma, cuyo objetivo debe ser resolver los problemas colectivos. Se está ocultando la verdad. Una política basada en la manipulación deforma el debate, propicia la mentira, incita la demagogia populista y sustenta la crispación. La prueba fue la sesión parlamentaria del día 3 de febrero. Farsa, esperpento, política de vuelo raso e innoble fueron los ingredientes de la degradación en la que se ha caído. Doble rasero de los diputados que traicionan a su partido, que engañan a sus compañeros, y a la opinión pública, a cambio de no se sabe qué, con el objetivo de tender una trampa para que caiga una reforma que es necesaria para el interés de España. Añadamos el sectarismo de determinados grupos. No se podía votar lo mismo que el enemigo. Los aliados parlamentarios del Gobierno, que decían que no cuando querían decir sí, y lo dejaron tirado en el momento decisivo de la legislatura. Desgraciadamente, se nos están encadenando acontecimientos que parecen ecos de capítulos pasados, como si progresáramos hacia lo peor de nuestra historia. Me entristece pensar en la posibilidad de que nuestros responsables políticos no sean conscientes de la fragilidad del sistema democrático. España no necesita este juego, sino más bien diálogo, consenso y acuerdo; incluyendo, por qué no, la posibilidad de facilitar el gobierno al partido más votado.

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