Por
  • Luisa Miñana

Metaverso

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Heraldo

En los últimos días la compañía antes conocida como Facebook y ahora llamada Meta Platforms ha protagonizado una caída en Bolsa históricamente morrocotuda, con una pérdida de un tercio de su cotización y unos 250.000 millones de dólares en su capitalización. 

Las operaciones económicas se me resisten mucho, y sus intríngulis especulativos todavía más, pero los entendidos cuentan que la compañía de Zuckerberg no corre peligro, gracias a sus ingresos por publicidad, apoyados básicamente en la comercialización de los datos personales de sus usuarios. También vienen a decir los expertos que la revelación que el mismo Zuckerberg hizo, a toque de trompetas, del advenimiento del Metaverso no es sino, en su caso, una huida hacia adelante. Claro que todos ellos saben que decir eso es ciertamente una metonimia, que explica una causa inmediata y parcial que descubre una ambición más definitiva y total: la conquista de un nuevo mundo y su explotación económica.

El mundo virtual ofrece muchas posibilidades para mejorar la convivencia y la comunicación entre los seres humanos

La historia nos ha enseñado que las fronteras territoriales siempre fueron sobrepasadas ante las necesidades mercantiles de las sociedades. Antaño se trató de diversificar las fuentes de materias primas, descubrir rutas comerciales o simplemente, en el caso de la mayoría de los aventureros y pioneros que tomaron parte en aquellos descubrimientos, aliviar la propia miserable condición de sus vidas.

En cuanto al Metaverso, parece que se construirá esencialmente como un universo sin trabas para la especulación financiera y el consumo banal, las dos inmensas burbujas sobre las que flota –ya un tanto escorado– el postcapitalismo, y que las grandes empresas tecnológicas han ayudado a engordar sin ningún ápice de pudor ético. Esta vez, por lo que se ve venir, los constructores del nuevo mundo van a dejar poco papel a los puros visionarios y a las gentes de los márgenes. La colonización en ese Metaverso nace de la mano de las marcas comerciales ya existentes en este otro viejo mundo, como Nike, Gucci o Zara, que ya comercian con NFT (activos digitales exclusivos). Además, a la vista de ello, son los propios desarrolladores de ‘software’ los que están acaparando bienes ‘raíces’ en la tierra digital, para construir distritos comerciales inmersivos, a imagen y semejanza de las tres manzanas de oro de Rodeo Drive de Los Ángeles, como apuntaba recientemente la publicación especializada ‘Business of Fashion’.

Reconozco que desde hace bastantes años me fascinan las posibilidades del universo virtual más allá de las pantallas. Pero el Metaverso de los comerciantes, intelectualmente plano, me interesa poco o nada. Me crispa un tanto su apropiación de un término habitual en la física cuántica. En el ámbito científico el metaverso y el multiverso contienen una serie de propuestas muy complejas, dotadas de una enorme elegancia filosófica, cargadas de posibilidades ontológicas realmente nuevas y apasionantes, y que ese otro mundo de plataformas de negocio pervierte, condena a ser una repetición de lo conocido. Si lo consigue, el capitalismo habrá sido más rápido que nunca en la fagocitación y desarticulación de un fenómeno profundamente revolucionario por su propia naturaleza, reduciéndolo a una exarcerbación de lo hiperreal.

Acaso su objetivo sea que los ciudadanos terminemos prefiriendo, como en la película ‘Los sustitutos’, el cómodo y seguro simulacro de la realidad que nos ofrezca el Metaverso, mientras la realidad física cada vez se transforma más en una inmensa cantera matricial de datos e identidades desagregadas con que alimentar la voracidad de los dueños de los algoritmos. Por ahí parece ir el último órdago lanzado a Europa por parte de Facebook, empeñada en trasvasar datos de usuarios europeos a Estados Unidos, según su conveniencia.

Pero la versión que se está imponiendo es solo una repetición del consumo banal y la especulación que imperan en el mundo ya conocido

No queríamos esto. Algunos, al menos, no. Algunos soñamos con otro mundo virtual. En los años noventa del siglo pasado, los teóricos de la ‘cibercepción’, como Ascott, hablaban de las posibilidades de transformación humana y social que la implantación de tecnología transpersonal podría traer para mejorar la comunicación, la convivencia, la interacción con los procesos naturales.

Quizás, todavía estamos a tiempo de enderezar el futuro. Todavía, durante un tiempo, la implantación de este vampírico Metaverso necesitará de un gesto voluntario de cada uno de nosotros para existir. Un simple y cotidiano gesto: el de colocarse unas gafas. O no.

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