¿Una opción más?

¿Una opción más?
¿Una opción más?
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Los sistemas democráticos se caracterizan porque los ciudadanos tenemos la capacidad de elegir a los que queremos que nos gobiernen. 

Desde hace tiempo, nuestro comportamiento no viene marcado únicamente por la preferencia entre unos u otros. El deseo de remover al mandatario actual es un factor de elección tan importante o más que el primero. Es decir, nos mueve a ir a las urnas el elegir a aquel que nos parece mejor o echar del puesto al que nos parece que no ha cumplido lo prometido. Los vasos siempre están o medio llenos o medio vacíos, y cada cual los mira como quiere.

El problema mayor al que los sistemas representativos deben enfrentarse es que ninguno de los dos argumentos sirva. ¿Qué hacemos si no consideramos a ningún candidato digno del puesto? Ni queremos castigar al que está ocupándolo ni pensamos que la alternativa sea mejor. Se me dirá que siempre existe la opción del voto en blanco, pero no me satisface plenamente. Si me embargaran las dudas entre diversos candidatos, porque veo en ellos aspectos positivos, sí creo que un voto en blanco es suficiente para decirme a mí misma, solo yo sé lo que voto, que no tengo el criterio totalmente formado pero que me parece correcta la elección que hagan mis conciudadanos. El dilema me surge cuando lo que pienso es que no considero a las personas que se presentan lo suficientemente capacitadas para desempeñar el cargo que pretenden. Que lo me que gustaría realmente es que hubiera otros, y no los encuentro en ninguna otra candidatura. ¿Qué debo hacer para pensar que soy fiel a mi razonamiento?

¿Qué podemos hacer los electores cuando ninguno de los candidatos que aspiran
a dirigir el país nos parece adecuado o suficientemente preparado?

Presentarse a una elección pública es muy duro. Requiere trabajo y capacidad de aceptar las críticas más insospechadas, que no siempre son bienintencionadas, ni las respuestas bien interpretadas. Pero esta fuerza moral que se requiere para afrontar un proceso electoral no es garantía de que el elegido tenga la capacidad de dirigir correctamente. Esto que acabo de decir quiero recalcarlo de nuevo, porque parece que el desengaño que causa la incapacidad de muchos políticos alinea al crítico en el cada vez más amplio grupo antisistema, que incluye a ‘conspiranoicos’, ‘negacionistas’ y ‘terraplanistas’ de toda índole. Decir que los gobernantes lo están haciendo mal y que las alternativas no son nada atractivas no tiene nada que ver con poner en duda la eficacia de las vacunas. Para mí, todos aquellos que defienden la existencia de fuerzas malignas ocultas que nos están dominando están integrados en eso que llamo alternativas peores.

Por eso, y volviendo nuevamente a mi duda inicial, ¿cómo expreso lo que siento? Ya he dicho que el voto en blanco me parece insuficiente. ¿Abstención? El gran problema de esta opción no es que la renuncia al voto se equipare injustificadamente a una pérdida de nuestros derechos civiles, incluyendo la crítica a los mandatarios. El problema es que es absolutamente inútil. ¿Podrían ser elegidos todos nuestros cargos electos con una abstención del 90%? Me temo que sí, y se les llenaría la boca diciendo que han entendido el mensaje del pueblo, el día de las elecciones, pero que su legitimidad no se ve reducida ni un ápice pues nuestro ordenamiento jurídico es así, todo el resto de la legislatura.

El sistema no ofrece una opción que permita expresar ese sentimiento

Es un dilema difícil de resolver. Participar sí, pero ¿aceptando que hay que acercarse al colegio electoral con la nariz tapada? Vemos ejemplos diarios en todo el mundo de situaciones incalificables. El descrédito del sistema, que ocasiona la inexistencia de herramientas eficaces en manos de los ciudadanos para poder expresar nuestro rechazo de una forma más civilizada que la que practican los grupos antisistema solo da alas a peligrosos dirigentes que están llevando al mundo a situaciones límite, pensando que el poder que ejercen no requiere ninguna rendición de cuentas a nadie, sin importar si su despacho está en Pekín, en Moscú o, hasta hace bien poco, en Washington.

Todos merecemos una opción más. Quizá una papeleta roja en la cabina electoral, como la que enseñan los árbitros de fútbol a los jugadores que expulsan, pudiera ser una solución.

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