Por
  • José Tudela Aranda

La seducción autoritaria

La seducción autoritaria.
La seducción autoritaria.
Pixabay

El título de este artículo puede recordar al de la obra clásica del pensador francés Jean-François Revel, ‘La tentación totalitaria’. 

Bajo ese título, Revel denunció el mal que el comunismo estaba ocasionando a la verdadera causa de la justicia. Hoy, Revel no tendría ocasión de repetir su juicio. Hace ya bastantes años que el Muro cayó y Fukuyama escribió ‘El fin de la historia’. Pero la democracia, lejos de haber triunfado de forma definitiva, atraviesa una época complicada. Los análisis sobre su estado de salud se multiplican y las conclusiones coinciden en lo esencial: pronóstico reservado con malas perspectivas. Las causas son múltiples y no es posible siquiera aludir a todas ellas en este artículo. Me centraré en una de las que justifican la rúbrica de estas líneas: la extensión de la percepción de que los gobiernos democráticos no son capaces de afrontar de manera eficaz y solvente los problemas sociales. Los ciudadanos de muchos Estados democráticos se ven desamparados ante viejos y nuevos problemas. Y el hecho se agrava porque esos mismos ciudadanos perciben que hay otras formas de gobernar que son más eficaces y bajo las cuales se sentirían más seguros. Ni siquiera importa demasiado que esa percepción sea real o no, esté justificada siquiera parcialmente o no. Lo que no puede ser ignorado es que se extiende forma generalizada por muchos países occidentales.

La aparente eficacia de gobiernos autoritarios como los de Rusia o China a la hora de afrontar los problemas puede atraer a muchos ciudadanos en Occidente

Estados como Rusia, China o Turquía no se encuentran solo inmersos en una batalla por acrecentar su poder. No es solo una batalla geopolítica. Es también una batalla cultural. La gran ventaja de líderes como Putin o los dirigentes del Partido Comunista Chino es que saben muy bien lo que quieren… y no tienen límites para lograrlo. Frente a ellos, las sociedades democráticas se encuentran dubitativas y, en demasiadas ocasiones, lastradas por la ausencia de liderazgos capaces. Así las cosas, no es extraño que para una parte de la ciudadanía el simplismo aparente de esos modelos resulte atractivo. La alusión a la simplicidad no es casual. Una de las características de las sociedades contemporáneas es la complejidad. Resolver cualquier problema concreto o afrontar una política determinada es hoy para cualquier gobierno mucho más difícil que hace pocos años. Hay muchas razones que justifican esta afirmación. Surgen nuevos desafíos que desbordan las capacidades de un mero gobierno nacional; los instrumentos tradicionales para ejercer el gobierno, como por ejemplo, el Derecho, son cada vez mas ineficaces; los intereses a conciliar se multiplican, siendo prácticamente imposible dejar satisfechos a un número relevante de protagonistas; paradójicamente, la misma sociedad que exige participar, debate, transparencia o información, demanda inmediatez en la resolución de los problemas. Frente a todo ello, los líderes políticos siguen empeñados en gobernar como lo hacían hace cincuenta años y en prometer lo que saben que no se puede cumplir. Y, sobre todo, siguen anclados en su fidelidad a una forma de gestionar y gobernar que día tras día se demuestra anacrónica e ineficaz.

Es preciso reaccionar. Si no se hace, la seducción autoritaria crecerá. Lo hará bebiendo en modelos distintos. La aparente eficacia de modelos autoritarios como Rusia o China es, sin duda, referencia para algunos. Y es preciso realizar pedagogía para desmontar los muchos velos que cubren una realidad mucho menos atractiva y eficaz de lo que puede parecer. Con todo, hay riesgos más cercanos. Me limitaré a citar dos. Por un lado, la ineficiencia objetiva de muchos Estados para afrontar los problemas que más preocupan a los ciudadanos; por otro, la extensión de la idea de que los requisitos ligados al Estado de derecho son un obstáculo insalvable tanto para la democracia como para la eficacia que un Estado necesita.

Las democracias tienen que reaccionar devolviendo a la política su sentido y su capacidad resolutiva

Es urgente responder a los desafíos. Hay que revisar profundamente nuestras estructuras políticas, atreviéndonos, incluso, a modificar pautas seculares. Y hay que ser profundamente beligerante en la defensa del Estado de derecho como esencia del orden que garantiza la libertad y la igualdad como ningún otro sistema conocido. Nada de ello es sencillo. Comenzar por admitir la complejidad y la necesidad de cambios profundos puede ser el inicio.

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