¿Como siempre?

¿Como siempre?
¿Como siempre?
ISM

Vivimos tiempos convulsos, como siempre. 

Las generaciones mayores no entienden lo que los más jóvenes desean, como siempre. La gente se interesa más por un partido de fútbol que por cuestiones de calado que afectan a su vida y su futuro, como siempre. Unos pocos deciden por todos, como siempre. ¿Nada ha cambiado y las cosas siguen siendo ‘como siempre’?

Para mí, las cosas no son tan simples. Sí han cambiado aspectos importantes de nuestras vidas, aunque ni queramos darnos cuenta ni parezca que nos importe. Estamos inmersos en la peor pandemia desde hace un siglo y tampoco este seísmo social agita nuestras conciencias. La generación JASP (‘jóvenes aunque sobradamente preparados’) de los años noventa y los ‘millennials’, que sufrieron, y sufren, las consecuencias de la crisis financiera de 2008 han incorporado a sus filas un nuevo grupo, la generación covid.

La pandemia, con sus incertidumbres y sus contradicciones, está acentuando
tendencias sociales preexistentes 

Los docentes podemos observar, siempre que abramos los ojos y los oídos en las aulas, los comportamientos que se repiten de unos chicos cuyas edades suelen ser muy similares. Para mi sorpresa, esto que denomino generación covid sí se está caracterizando por unas peculiaridades propias que, de momento, no me entusiasman.

La primera que quiero destacar es la degradación que ha sufrido el concepto de normalidad. Todos, cuando éramos jóvenes, queríamos pasarlo bien el máximo tiempo posible. La normalidad que quieren recuperar muchos, aunque algunos ya no tan jóvenes, es vivir en una continua fiesta, en la que solo nuestra propia diversión importa. Se me podrá acusar de exagerada, pero en los dos últimos años ha habido más protestas y manifestaciones por prohibir botellones que por cualquier otra causa.

Otro aspecto que quiero señalar es la sobreprotección que damos a nuestros niños, ya no van solos al colegio ni juegan en la calle, y se está traduciendo en un retraso en la maduración intelectual de muchos jóvenes. Viven con sus padres y esto les permite no dedicar ni un minuto a su propia subsistencia. Cuando tienen que hacerlo, su vida se convierte en una permanente cuesta de enero, de la que solo se benefician las redes comerciales que les ofrecen productos de bajo coste y de menor calidad. En las aulas se aprecia algo muy similar cuando les pedimos que hagan un trabajo de mayor profundidad intelectual. La sensación de que muchos no saben ni por dónde empezar es generalizada.

Y ya ha dado lugar a una ‘generación covid’,
muchos de cuyos miembros no están preparados para hacerse cargo de su propia vida

Si esta tendencia se apreciaba desde ya hace años, el aislamiento, la proliferación de noticias, verdaderas y falsas, las contradicciones de las administraciones en las medidas propuestas, la proliferación de expertos y el miedo irracional que ha provocado la pandemia han sido un acelerador. La infantilización de la sociedad es palmaria, empezando por los adultos, que es lo más grave. Los responsables de esta sociedad, padres y madres, profesionales, educadores, políticos, empresarios y líderes sociales, medios, estamos ofreciendo un discurso nada formativo. Repetimos mantras indemostrables, falsos muchos de ellos. Si un experto o tertuliano nos cae bien le compramos el discurso inmediatamente. Tenemos las mayores fuentes de información en nuestras manos y apenas las usamos. Aunque no nos demos cuenta, nuestros hijos lo perciben, y lo imitan. Vivimos en la sociedad de la desinformación y parecemos orgullosos de ello. Solo un ejemplo polémico que quiero citar sobre la esquizofrenia en la que nos hemos metido. Recibimos una y otra vez las noticias de la saturación que está provocando la covid en los centros de atención primaria y el estrés laboral que ello supone para los sanitarios, con los que nos sentimos solidarizados. Pero ¿a cuántas personas oímos en cualquier lugar quejándose de que no le han hecho ni caso en su centro de salud, y que cuando ha ido tampoco había tanta gente? Quédense con la opción que quieran, pero la mía es que hoy defendemos una cosa y mañana su contraria sin demasiado sonrojo.

Quizá nosotros, la gente de más edad, tengamos mala solución, pero desde un aula se aprecia claramente que esta sociedad infantilizada e irreflexiva está teniendo consecuencias en los más jóvenes. Y, eso, sí es preocupante.

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