Rugido

No era un león ni un tigre ni un leopardo, sino un oso.
No era un león ni un tigre ni un leopardo, sino un oso.
Laura Zamborain

Giré la tarjeta y me alivió que no saliera una misión tan ardua como la anterior, en la que había tenido que convertirme mímicamente en una nube

Por si acaso, como los dibujos para el público infantil, por más que a este le encanten las imágenes hiperrealistas, tienen mucho de Mariscal y nada de Antonio López, volví a mirar con detenimiento y confirmé la impresión inicial.

Espoleado por el fracaso precedente, estaba dispuesto a darlo todo. Transformé mis brazos y manos en patas y zarpas, que alcé amenazante, y emití un rugido feroz, frunciendo el ceño, mirando con desafío y mostrando mi dentadura hasta su enclave en las encías. Por un instante, temí asustar al chico.

Acto seguido, manteniendo el rictus salvaje, con el índice de mi mano derecha, como si fuera un pincel, me moteé imaginariamente el cuerpo. Ante el silencio de mi interlocutor, con el mismo instrumento tracé líneas transversales en mi abdomen, mientras negaba con la cabeza ostensiblemente. No contento con eso, negando del mismo modo, gesticulando con las manos en torno a mi cabeza, representé una frondosa melena.

Me disponía a concluir con otro desgarrador rugido, cuando el chico, que ya domina el juego que le acaban de traer los Reyes Magos, coge el naipe, lo observa y, mostrándomelo, dice, en tono comprensivo, «que sí, papá, que no es un tigre, ni un león, que crees que es un leopardo, pero, si te fijas bien, verás que es un oso». «El leopardo no tiene barriga, ni la cola tan pequeña», aclara, con un candor que no sabe uno si es infantil, auténtico, o si se compadece de un padre que no se entera.

jusoz@unizar.es

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