Adjunto a la Dirección de HERALDO DE ARAGÓN

¿Urge una verdad común?

A supporter of President Donald Trump confronts police as Trump supporters demonstrate on the second floor of the U.S. Capitol near the entrance to the Senate after breaching security defenses, in Washington, U.S., January 6, 2021.         REUTERS/Mike Theiler[[[REUTERS VOCENTO]]]
Asalto al Capitolio
MIKE THEILER

Sostiene el sabio machadiano: «La verdad es la verdad, dígala Agamenón o su porquero». Al escucharlo, Agamenón responde: «Conforme». En cambio, el porquero replica: «No me convence». Así arranca ‘Juan de Mairena. Sentencias, donaires, apuntes y recuerdos de un profesor apócrifo’, que fue publicado en el verano de 1936 por Antonio Machado. ¿Tiene razón el rey de Micenas o su porquero? Depende… Sí, depende porque, al menos, desde el siglo XIX, la perspectiva personal e individual se ha ido imponiendo poco a poco a la visión única y totalizadora de la tradición cristiana. Con Nietzsche, Marx y Freud se reivindica el aquí y ahora, lo presente y lo real, frente a las construcciones teológicas.

El perspectivismo nietzschiano está detrás de las vanguardias artísticas de los inicios del siglo XX. También en las teorías científicas de esa misma época, como la teoría de la relatividad, a la que en un primer momento Einstein pensó denominar teoría del punto de vista, según recuerda el profesor Aragüés en ‘De la vanguardia al cyborg’ (Prensas Universitarias de Zaragoza, 2020). Desde Einstein damos por hecho que no hay una única realidad ante los ojos de un sujeto absoluto que la percibe desde el exterior inmutable, sino que la posición y las condiciones del sujeto observador conforma la realidad que el sujeto percibe y vive.

La novedad que ha traído el siglo XXI es que internet acelera este subjetivismo. Ya no se trata solo de que existan múltiples ópticas y de que los hechos se confundan con las opiniones, sino que el incremento de la conectividad estimula la circulación de noticias falsas y teorías conspirativas, facilitando el acceso a las mismas de quienes ya se encuentran predispuestos a su consumo.

El éxito de la post-verdad hace que la esfera pública digital sea más emocional y menos reflexiva que la analógica, lo que a su vez sugiere que los ciudadanos han dejado de creer en la existencia de una verdad común: lo que hay son puntos de vista y cada cual tiene el suyo. Pero que todo el mundo pueda opinar no significa que valgan todas las opiniones.

Justo cuando se cumple un año del asalto al Capitolio impulsado por la «red de mentiras» de Donald Trump, la pregunta de nuestros días es: ¿cuántas mentiras puede soportar una democracia? Aunque la verdad es una construcción complicada, los regímenes liberales necesitan al menos ponerse de acuerdo acerca de los hechos y los datos empíricos. Se puede debatir sobre la reforma laboral, pero no cuestionar las cifras del paro. Se pueden discutir las políticas sanitarias, pero no la correlación estadística de no vacunados e infectados.

Las experiencias políticas de Trump y Boris Johnson, en comparación con las de Angela Merkel o Jacinda Ardern, demuestran que los electores no aceptan mentiras, al menos durante mucho tiempo y mientras haya una prensa libre para desvelar los engaños. Es así porque en una democracia sana, los electores tienen en su mano evitar la degeneración de la esfera pública. Eso sí, como señala Manuel Arias Maldonado en su ‘Abecedario democrático’ (Turner, 2021), debemos mantener una actitud escéptica, distinguir los hechos de las opiniones, buscar fuentes fiables de comunicación y resistir las oleadas emocionales que tan a menudo se levantan en las redes sociales.

En pleno debate sobre el futuro del liberalismo, debemos ser conscientes de que la sociedad democrática no funciona si no podemos ponernos de acuerdo sobre la diferencia entre un hecho real y uno falso. No se pueden tener debates o leyes, ciencia o gobernabilidad, si no hay acuerdo acerca de lo que es verdad y lo que no lo es. Ya lo advirtió Hannah Arendt en 1951: «El sujeto ideal de un régimen totalitario no es el nazi convencido o el comunista comprometido, son las personas para quienes la distinción entre los hechos y la ficción, lo verdadero y lo falso ha dejado de existir».

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