Por
  • Celia Carrasco Gil

Nochevieja literaria

Campanadas sin público en la Puerta del Sol de Madrid
Nochevieja literaria.
Agencias

Cuando la primera campanada de 2021 se despidió, la literatura todavía estaba ahí. 

Su presencia era inmensa, como la de un enorme pergamino de dinosaurio cuya vitela permanecía incorruptible con el paso de cada centenario. La segunda campanada la dio un francés que en la cena había fabulado con su corbata de hormigas y cigarras. La tercera, un italiano divino, de discurso primero infernal, luego purgador y después paradisíaco. Medía sus intervenciones de tres en tres y las encadenaba. La cuarta la dio una condesa en cuya servilleta, al levantarse, se pudo apreciar el rastro de una gota ¿de carmín?, extraño, no llevaba, ¿vino tinto?, había tomado cava, o de sangre. La estadounidense que dio la quinta pareció percatarse del detalle y le dirigió una mirada sombría, negra, cómplice y policiaca. La sexta y la séptima las dieron dos franceses que habían novelado casi al unísono las tragedias del último año. La octava la dio una mujer nueva, de Barcelona, a la que muchos no conocían pero que no ocultaba nada. La novena, un londinense con voz de ruiseñor. La décima, un francés con una flor en el ojal que, al dirigirse a sus semejantes, los trató a la vez de hipócritas y hermanos. La undécima la dio un mexicano revolucionario. Y la duodécima la dio un joven azul, zaragozano. Pronunció un soliloquio violentamente idílico mientras miraba al horizonte de 2022 desde esa nochevieja internacional, como quien otea un futuro libre y resplandeciente desde su oficina, en su ventana literaria.

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