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Cartas al director de HERALDO: La Navidad y la libertad religiosa

Manifestación en Herat en contra de la actuación de grupos humanitarios cristianos
La Navidad y la libertad religiosa.
EFE

La Navidad y la libertad religiosa

Se hace difícil volver a celebrar una Navidad bajo la sombra siniestra del coronavirus. 

La Navidad es –aunque no solo– alegría y fiesta, pero con la congoja que produce la epidemia y las precauciones que tenemos que tomar, por responsabilidad, la alegría y la fiesta lo son un poco menos. Nosotros no nos juntaremos muchos, por si acaso, nos haremos los tests (afortunadamente los compramos antes de que empezasen a escasear) y si hace falta cenaremos con bufanda y abrigo para tener abiertas las ventanas y ventilar el comedor. Peor sería no haber podido reunirnos porque el virus hubiera atrapado a alguno de la familia. Somos afortunados, no ha sido así. Pero pienso también que en otros muchos lugares del mundo los cristianos no tienen tanta suerte. En muchos sitios se hace difícil no solo celebrar la Navidad, sino una simple misa o, sencillamente, ser cristiano. Y no por culpa de ningún virus, sino por causa de las persecuciones religiosas que, todavía, aunque parezca increíble, están arraigadas en muchas sociedades. Leí hace un par de días un reportaje muy amplio de un periódico norteamericano sobre la persecución a la que están siendo sometidos los cristianos en la India, con la complicidad del gobierno nacionalista de Narendra Modi. Prohibición de las conversiones, asaltos a iglesias, palizas a pastores o sacerdotes, aislamiento social de los cristianos, todas estas cosas suceden hoy en día en estados sobre todo del centro y del norte de la India, muchas veces con implicación activa de las autoridades. Y también los musulmanes están siendo acosados en aquel país, que presume de ser la democracia más poblada del mundo, pero que hoy tiene un gobierno hinduísta fanatizado. La libertad religiosa y de conciencia, un motivo de reflexión para esta Navidad.

Asunción Montillera Herrero. Zaragoza

Mi árbol de este año

Este año, me gustaría colgar palabras del árbol de Navidad. Empezaría poniendo en una rama deseo. Con ello, querría expresar la necesidad de salir de este trauma colectivo que estamos viviendo y la decisión de volver a la antigua trayectoria y aprender de la experiencia. En otra rama, esperanza. Plinio el Viejo afirmaba que la esperanza era el pilar que sostenía el mundo. En este periodo de crisis, ese estado de ánimo es la herramienta para avanzar y afrontar los problemas, aprovechando cada circunstancia para nuestro crecimiento personal. Finalmente, en lo alto del árbol, pondría felicidad. Esta palabra, que es un concepto abstracto, la convertiría en un gesto para favorecer el vínculo entre las personas, aprendiendo a sentirme bien con las cosas sencillas de la vida y sorprendiendo a mis seres queridos con detalles para estar más cerca de ellos. Con estos propósitos, como decía Charles Dickens, honraré la Navidad en mi corazón y procuraré conservarla durante todo el año.

Gema Abad Ballarín. Reus (Tarragona)

La gran familia unida

La puerta de la cabaña está atrancada, no esperan a nadie, ocupados en preparar la comida para celebrar en familia, hijos y nietos, el día de Navidad. Una olla enorme de caldo hierve en el fuego de la cocina. Sobre la encimera se preparan fuentes de croquetas, pimientos rellenos, marisco. Tabletas de turrón, frutas del tiempo, vinos y cava variados. Bandejas de asado de ternasco con patatas aderezado con ajo y perejil para llevar al horno de la panadería del pueblo. Un enorme y frondoso abeto en el jardín hace presencia con luces palpitantes de colores, lazos de satén rojos y bolitas doradas. Al pie del abeto, cantidad de regalos para los más pequeños. En la chimenea danza una espiral de humo gris perfumando la noche con troncos de encina. Un cielo limpio de estrellas intermitentes y luna menguante decora la noche. La anciana mira por la ventana y pronostica buen tiempo para el día siguiente. La chimenea va quemando el tronco, dando calor a la cabaña. El abuelo se sienta en una silla de anea frente a la chimenea, mira las llamas del leño, pensativo, mordiendo un trozo de pan, orgulloso de tener a la gran familia unida en su larga vida.

Pilar Valero Capilla. Zaragoza

La esperanza del invierno

Las estaciones del año son como las etapas evolutivas de cada personalidad. La infancia vendría a ser el verano, donde se juega por la playa o por la montaña, por el pueblo o por la piscina. La adolescencia vendría a ser la primavera, como una crisálida que se transforma en mariposa. La adultez sería ese otoño donde hay formas, colores, juventud y madurez. Y por último, la vejez, el puro y duro invierno que invita a recogerse alrededor de un hogar serenamente cultivado. Con él nos viene la Navidad, cuando los cristianos se acercan a la esperanza de un ser que iba a cambiar la humanidad, llamado Jesús. Su vida nos empuja a la acción reflexiva para pasar a la ilusión mágica de enero, con el deseo de un nuevo año de paz. Nos invita a entrar con ganas por la puerta de la voluntad para cultivar nuestra mente y espíritu en calma. El invierno es la fuerza de la nieve que cuaja en realidades convertida en bienes. Oímos la música de Vivaldi, que nos educa y deleita, sentimos su bienvenida en un cuento de la infancia que evocamos en la noche. Cada mañana nos ponemos el abrigo, apretamos los dientes y encogemos los hombros por la calle titiritando con el gélido cierzo. La subjetividad nos hace tomar conciencia al chocar en una esquina con una íntima amiga que nos centra la cabeza: ¡Eh, la Navidad ya está aquí!, ¿no ves las luces que nos alumbran y adornan la calle? No veo amargura ni dolor en su cara y me reconforta reencontrarla. Me dice que estos días de invierno su festejo no es muy hogareño, cristiano sí y no pagano, y que sus principios no cambian, siguiendo así la tradición familiar. Y sé que también le gusta mucho el chocolate a la taza con roscón de nata y con sorpresas, celebrando la noche de Reyes, cantando el villancico ‘El tamborilero’. Con esa intención nos despedimos, sonriendo sin quitarnos las mascarillas, dándonos el abrazo: ¡Feliz Navidad!

Menchu Gil Ciria. Zaragoza

Luces de Navidad

Salí con unos amigos a dar una vuelta por el centro de la ciudad y ver las luces navideñas. En el coche de vuelta a casa pasamos por algunos barrios fuera de lo que se denomina el centro. Estos barrios, con unos vecinos de nivel adquisitivo medio-alto, tienen también unas bonitas luces navideñas. En cambio, otros barrios más humildes asumen unas luces que, es evidente, dejan bastante que desear. Los barrios más obreros son los más abandonados. Es injusto, todos los ciudadanos tenemos el mismo derecho a unas bonitas luces de navidad.

Lucía Díaz Esteban. Zaragoza

Las cartas al director no deben exceder de 20 líneas (1.500 caracteres) y han de incluir la identificación completa del autor (nombre, apellidos, DNI, dirección y teléfono). HERALDO se reserva el derecho de extractarlas y publicarlas debidamente firmadas.

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