Por
  • Mariano Gállego Palacios

Espectadores nimios

Espectadores nimios.
Espectadores nimios.
Pixabay

Volcanes en erupción, tornados devastadores, copiosas nevadas tempranas, temporales como los de antes, nuevas riadas... 

La naturaleza no está quieta y se empecina cíclicamente en revelarse abrupta, como lleva ocurriendo desde que el mundo es mundo. Y su fuerza nos sigue atemorizando con su poder destructivo hasta hacernos sentir nuevamente pequeños y vulnerables. Por mucho que pretendamos imponernos, ella suele ganar la partida y dictar sentencia. Pero también nos atrapa, porque pocos espectáculos hay tan extraordinarios como los que se producen cuando la energía en cualquiera de sus formas se libera espontáneamente.

Nos atraen las imágenes de los ríos de lava en la isla de La Palma porque de alguna manera nos conectan con los orígenes de la Tierra y de la vida y nos recuerdan que vivimos en la costra ínfima de un planeta cuyo interior, que arde desde hace muchos miles de millones de años y obviamente continúa activo, constituye una de las mayores incógnitas científicas. Nos impresiona cómo el río Ebro descarga estos días caudales extremos de miles de metros cúbicos por segundo y nos arrastra su fuerza en imágenes que no por repetidas dejan de impactar. Escenas de riberas inundadas que también invitan a una reflexión: estamos forzados a convivir con la naturaleza y a prevenir los efectos de sus desmanes porque, como vemos, es tozuda y vehemente en sus planteamientos.

Hay otras manifestaciones de energía natural, más ordinarias tal vez pero igualmente sugerentes, como son el fuego y las tormentas. Las llamas de una fogata, por ejemplo, son cautivadoras. Puedes quedarte horas observándolas mientras escuchas o divagas. Ante ellas se ha urdido buena parte de la tradición oral porque mirando el fuego probablemente se han contado las mejores historias, desde las cavernas hasta las cadieras. También los rayos y los truenos componen su fascinante sinfonía meteorológica. Luces y sonidos tremendos bajo un cielo poderoso que descubren nuestra nimiedad y hacen que todo nuestro interior retumbe.

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