Contagio autoritario

Vladimir Putin, presidente de Rusia y prototipo del nuevo autoritarismo.
Vladimir Putin, presidente de Rusia y prototipo del nuevo autoritarismo.
Mikhael Metzel / Sputnik / Gobierno ruso / Efe

Luke Cooper, investigador de la London School of Economics, ha publicado este año su libro ‘Authoritarian Contagion. 

The Global Threat to Democracy’, que se puede traducir como ‘Contagio autoritario. La amenaza global a la democracia’. Forma parte de la colección Covid-19 de la editorial Bristol University Press. Presenta los resultados de una investigación que comenzó en septiembre de 2018.

La obra está dividida en seis partes. Los títulos de los capítulos son atrayentes. El primero, ‘En la marcha’, cumple una función introductoria, presenta las coordenadas del conjunto. Aborda el auge de las prácticas autoritarias que Trump representó como arquetipo de política hegemónica en el sentido gramsciano. Esto lo aclara explicando que «la hegemonía se refiere simplemente a las ideas y fuerzas políticas dominantes en la sociedad. Cuando los diferentes partidos compiten por el liderazgo y la influencia en la sociedad, participando en una ‘batalla de ideas’ y tratando de alejarse, de una manera u otra, del ‘statu quo’, están practicando la política hegemónica, un proceso que puede implicar el intento de ajustar lo que los ciudadanos dan por sentado, es decir, su ‘sentido común’». Sigue y despliega los pilares teóricos mostrando cómo aplicar el análisis hegemónico de las ideas políticas, caldo de cultivo del autoritarismo contemporáneo, especialmente hostil con los ‘extranjeros’. Cabría añadir, con lo distinto, que se extiende de forma global.

El segundo capítulo, ‘Ellos y nosotros’, sirve para elaborar el concepto de ‘proteccionismo autoritario’, de tal manera que recorre las semejanzas y diferencias «entre las diversas formas que ha adoptado esta política a nivel mundial». En este apartado deja claro que el destino de «otros pueblos es, en el mejor de los casos, secundario para esta forma nacionalista de filosofía autoritaria», que tantas resonancias encuentra en el contexto español si miramos las políticas autonómicas. La idea clave es «el mundo puede acabar para los demás, pero no para nosotros». Sigue con el tercero, ‘Yo te protegeré’, donde muestra el auge de ese proteccionismo dentro de «una larga crisis del siglo XXI caracterizada por el colapso ecológico, la desigualdad galopante y las relaciones geopolíticas rotas entre los Estados».

El capítulo cuarto lo dedica a ‘La política de la pandemia’ mundial de la covid-19, donde no hay una «única respuesta autoritaria a la crisis mundial»; son varias y Vietnam, un ejemplo. Ahí, entre otras cosas, recuerda que «ningún país podrá sentirse a salvo mientras el virus siga circulando globalmente». Al tiempo que también pronostica que «los sistemas autoritarios que carecen de legitimidad de entrada (el proceso de toma de decisiones) pueden compensar esto a los ojos de los ciudadanos mediante la entrega de bienes públicos sustanciales». En el capítulo quinto, ‘Sino-América’, realiza un análisis comparado del proteccionismo autoritario en China y Estados Unidos que, en cierto sentido, se ha quedado huérfano al caer el presidente Trump.

Termina con el capítulo sexto, ‘¿Futuros autoritarios?’. Retoma su punto de partida gramsciano para postular «una política radical de supervivencia como alternativa a la amenaza del proteccionismo autoritario». Culmina el libro con la frase, «la magnitud de la crisis requiere un profundo cambio en las relaciones sociales que conforman la esfera económica y ecológica, y para para lograr el apoyo a este cambio se requiere una nueva era democrática». Esta afirmación resume la dimensión del reto en el que estamos implicados pero esconde un problema mayor, que no aborda. Bajo capa de bien se camuflan ‘democráfagos’, parásitos que descomponen la sociedad democrática, peores que las termitas.

El rinoceronte gris está ahí. Es fácil poner en el mismo club a Trump (Estados Unidos), Orbán (Hungría), Kaczynski (Polonia), Duterte (Filipinas), Bolsonaro (Brasil), incluso al recién caído Kurz (Austria). Pero también unos cuantos más como Maduro (Venezuela), Ortega (Nicaragua), Díaz-Canel (Cuba) o Putin (Rusia) y Xi Jinping (China). Es fácil detectar el peligro de esos líderes autoritarios. No lo es en el caso de otros más próximos que son tanto o más peligrosos en cuanto su único objetivo es mantenerse en el poder al precio que sea. Cuando se miente más que se habla, cuando la palabra no vale nada, la democracia se desmorona. No hace falta ni nombrarlos.

Chaime Marcuello Servós es profesor de la Universidad de Zaragoza

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