Dice una canción de Los Secretos que "te da miedo pensar que el tiempo pasa y todo sigue igual". 

Hoy hace cuarenta y tres años que los españoles aprobamos en referéndum la Constitución española de 1978 y "todo sigue igual". Solo se han hecho dos reformas puntuales, impulsadas por necesidades en el marco de la Unión Europea y por el procedimiento de urgencia. La primera reforma constitucional fue en 1992 y sirvió para permitir que los extranjeros pudieran presentarse como candidatos en las elecciones municipales. La segunda reforma fue la del también verano de 2011 y perseguía garantizar el principio de estabilidad presupuestaria.

Al margen de estas reformas puntuales, urgentes y por requerimientos externos, todo sigue igual. Y ello a pesar de que ya al comienzo del siglo XXI se hicieron patentes algunas necesidades de reforma.

En 2006 se publicó el Informe del Consejo de Estado en el que se ponía de relieve la necesidad de reforma constitucional en diversos aspectos: la supresión de la preferencia del varón en la sucesión al trono, la recepción en la Constitución del proceso de construcción europea, la inclusión de la denominación de las Comunidades Autónomas y la reforma del Senado. Pero ahí se quedó. Nada se reformó.

También el Consejo de Estado en un Informe de 2009 afirmó que "el sistema electoral del Congreso de los Diputados presenta aspectos susceptibles de mejora en aras de garantizar la igualdad de electores y partidos en el proceso electoral y de revalorizar la participación de los ciudadanos en la designación de sus representantes". El Consejo hizo varias propuestas de reforma, pero las Cortes Generales se limitaron a constituir comisiones parlamentarias de estudio que no dieron lugar a nada.

Tras los devastadores efectos de la crisis económica, en mayo de 2011 el movimiento 15M puso sobre la mesa la necesidad de debate político sobre algunos problemas latentes de nuestro sistema constitucional. Como sintetiza el profesor Carlos Garrido en un reciente artículo (Revista de Derecho Político, 112, 2021), se reclamó la articulación de una democracia efectiva, lo que a su juicio exigía "referéndums vinculantes para las cuestiones de calado que modifican las condiciones de vida", "modificación de la Ley electoral para garantizar un sistema auténticamente representativo y proporcional que no discrimine ninguna voluntad ciudadana" y "democracia interna en los partidos políticos". Pero nada se cambió.

En la misma línea de fomentar la participación democrática, el Parlamento de Asturias presentó una propuesta de reforma constitucional tres años más tarde, en 2014, ante el Congreso de los Diputados. Pretendía impulsar la participación ciudadana en materia de iniciativa legislativa, referéndum o reforma constitucional. Sus señorías del Congreso todavía no la han debatido.

En fin, ahora se plantea la necesidad de reformar la Constitución en materia de inviolabilidad regia, para limitar expresamente la inviolabilidad a los actos refrendados y excluirla de actos delictivos. Pero ninguna reforma constitucional se plantea. Solo hay en tramitación una reforma constitucional impulsada por el Gobierno para eliminar el término "disminuido" del artículo 49 de la Constitución. Y ni esa reforma terminológica parece tener la mayoría necesaria para salir adelante.

A pesar de que nuestra Constitución siguió los modelos de otros países europeos y, especialmente, el ejemplo de la Constitución alemana, la española es la constitución menos reformada de toda Europa. Desde 1949, la Ley Fundamental alemana ha sido modificada más de setenta veces. El miedo no les ha paralizado y, cuando han comprobado algún error en la modificación, lo vuelven a rectificar. Quizás en esto habría que seguir las enseñanzas de Karl Malone, el segundo máximo anotador de la historia de la NBA, cuando decía que "si ves que el tiempo pasa y tú no avanzas, tal vez debas cambiar de hábitos".