Por
  • Luisa Miñana

Mercerías

Mercería-Lencería Ana, en Zaragoza.
'Mercerías'
H. A.

El otro día compré al fiado.

Fue en la Mercería Gari, en la que desde hace años me proveo de algunos artículos y prendas de vestir para mi familia, especialmente difíciles de hallar en grandes almacenes o cadenas comerciales, porque no son atavíos de moda ni lencería fina (aunque también los trabajen), ni siquiera son muy convencionales; están en los márgenes del circuito mainstream, como las personas que las usan. En la mercería compro muchas veces baberos grandes con forro de pvc para mi sobrino Daniel, o vestidos-bata para mi madre anciana. Las propias mercerías, las tiendas regentadas por los ‘merciarius’ o comerciantes de ‘merces’, mercaderías al por menor, se han convertido, con el tiempo y el cambio de necesidades y costumbres, en lugares al margen de la corriente. Y eso me gusta. Como me gustan sus expositores, ordenados tal que archivos, de hilos y cremalleras multicolores, sus estanterías repletas de cajas de diferentes tamaños y casi siempre con crípticas indicaciones manuscritas, o la fantástica mezcolanza de ropa interior de muy diversa idiosincrasia. Nada es en ellas uniforme. Todo es particular.

Hace unos días compré una bata-vestido para mi madre. Al ir a pagar, vi que no llevaba las tarjetas de crédito; las había olvidado en otro bolso. Por supuesto, tampoco tenía efectivo suficiente. En la mercería me fiaron. Simplemente confiaron en mí. Y les aseguro que me hicieron sentir muy reconfortada. ¡Ay, las mercerías!, ¡ay, la confianza!, tan difíciles de encontrar.

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