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  • Fernando Sanmartín

Más allá del chándal

'Más allá del chándal'
'Más allá del chándal'
Pixabay

Ver deporte es otra forma de rezar. 

Lo sé. Me pasa cuando veo los partidos del Real Zaragoza. Y es que el fútbol provoca sentimientos inexplicables. Una vez observé a un hombre feo y a una chica rumbosa, en Nápoles, colocar dos cirios encendidos en una capilla donde la imagen sagrada era una foto de Maradona. Excesivo.

El deporte fabrica mitos, da consuelo, es trago largo de sangría o sorbo de vinagre, y casi todos hemos tenido, dentro y fuera del balompié, algún nombre sagrado.

El abuelo de un amigo enloquecía con Alfredo Di Stéfano. Tuvo durante años, encima del televisor, la foto del futbolista. No lo vi jugar, pero lo que siempre me gustó del astro argentino fue la claridad con la que llamaba al dinero un millonario como él. Si su contrato era bajo, decía que había que subir la luz, que había poca. Llamar luz al dinero no te lleva a equívocos.

Yo recuerdo el nombre de Zátopek, atleta checo al que apodaron la locomotora humana y que corría –él lo dijo– como un perro loco. Fue campeón olímpico y el régimen comunista, tan comprensivo y cariñoso siempre con los disidentes, lo mandó primero a unas minas de uranio y, más tarde, lo hizo barrendero. Todo por oponerse a la invasión de los tanques soviéticos durante la Primavera de Praga.

Zátopek se casó con una lanzadora de jabalina. Yo también lancé la jabalina en una ocasión. Fue en Madrid y casi me disloco el hombro. No era lo mío. Pasé a la escritura y aquí uno lanza palabras para alcanzar una gran distancia, la óptima, que no es otra sino la de llegar a ti, lector.

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