Por
  • Jesús Morales Arrizabalaga

Protección de personas

'Protección de personas'
'Protección de personas'
Heraldo

La relación de la tecnología con las personas se hizo tensa con la revolución industrial. 

En el siglo XX tuvieron éxito narraciones que preveían un futuro en que la amenaza tecnológica era extraterrestre. En torno a 1950 ya había o se intuía tecnología de fabricación suficiente para plantear un conflicto terrenal: son los robots, palabra de origen checo que sugiere esclavitud. Se trataría de la versión actual de rebeliones de esclavos como la liderada por Espartaco, con la paradoja de que estos nuevos esclavos rebeldes eran criaturas de los hombres que sufrirían su amenaza exterminadora.

La representación de esas amenazas era antropomórfica: los robots serían imitaciones de humanos. Más sutil es el caso del ordenador HAL-9000, que nos imita pero no en el aspecto físico sino en nuestra capacidad lógica para toma de decisiones. Asimov utiliza la lógica de sus leyes de robótica para conjurar la amenaza; Kubrick opta por la desconexión: para sobrevivir, David Bowman debe renunciar a la tecnología de nivel superior. La difusión de estas historias imaginadas animó a desarrollar medidas reales de prevención, dando origen a lo que podemos llamar ‘ética de los automatismos’; se trabaja para controlar amenazas probables y reducirlas a niveles que se consideren aceptables. El problema se ha redefinido porque hemos creado una amenaza inmediata de otra naturaleza: se ha dado un salto lógico –un paralogismo– que nos obliga a improvisar y, en mi opinión, de momento lo estamos haciendo francamente mal. ¿Cuál es la novedad? La confrontación con los humanos la está protagonizando un residuo de nuestra propia actividad: los datos, nuestros datos.

En las relaciones tecnológicas protegemos más eficazmente los datos
que las personas.
¿Quién sirve a quién? 

Hemos propiciado el efecto que denomino ‘sombra de Peter Pan’; cuando una sombra se hace independiente del objeto que la proyecta pasan grandes cosas. Hemos agregado los datos, dado corporeidad y los hemos convertido en sujetos cuyos derechos se imponen sobre los de nuestras personas. Se invoca con éxito la ‘protección-de-datos’ para dejar de aplicar otros derechos, incluso reconocidos en la Constitución. O prevaleciendo sobre principios básicos de la actividad de las administraciones: como una capa de invisibilidad que esconde a los que toman decisiones y les protege frente a reclamaciones y responsabilidades recogidas en la legislación.

El SARS-CoV-2 obligó a una deshumanización de la gestión, pero ahora, en vías de terminar la emergencia, se está consolidando. ¿Deshumanizar? Sí, en sentido literal: se ha reducido hasta el extremo el contacto directo con seres humanos en las relaciones de ciudadanos y clientes con las instituciones o entidades. Se mantienen con un dispositivo intermedio –solo palabra e imagen– que sacrifica muchos instrumentos de la comunicación intersubjetiva.

Creo que debemos plantear un derecho a la atención humana; exigible. Al menos mientras las máquinas no puedan incorporar la vergüenza, la compasión y tantos otros elementos emocionales que atemperan la toma de decisiones. Quiero poder afearle en persona la conducta a quien ha actuado con negligencia culpable.

En los casos de atención automatizada debe garantizarse que el nivel tecnológico de la herramienta produzca una utilización fácil al ciudadano que se topa con ella. Las instituciones deben controlar que las alternativas tecnológicas mejoren la atención y no la deterioren.

Un ejemplo cotidiano: la tiranía de la cita previa. Cuando estoy en la puerta de una institución, la veo sin público y al personal poco ocupado, pero debo concertar cita mediante un sistema automático situado en ningún lugar, que tras minutos de vacile, me dice que no hay citas disponibles pero tampoco me da alternativa. Y el vigilante de la puerta, protegiendo esa omisión de la atención debida.

Ningún programa político
plantea medidas para reequilibrar las posiciones

¿No debiéramos poder elegir entre la ‘comodidad’ de la cita previa y las molestias de las filas? La tecnología que salva distancias crea también nuevas barreras; una nueva clase de pobreza, la pobreza comunicativa. Una nueva situación de indefensión. ¿Qué hacemos si no tenemos acceso a una red de alta capacidad? ¿A ninguna red? ¿Al sitio sobre-tecnificado que hace obsoleto mi dispositivo?

En las relaciones tecnológicas protegemos más eficazmente los datos que a las personas. ¿Quién sirve a quién? Pero ningún programa político plantea medidas para reequilibrar las posiciones. 

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