Por
  • Isabel Soria

Prenavidad

Instalación de las luces de navidad en la calle Alfonso I, esta mañana.
'Prenavidad'
Heraldo.es

Entiendo que hay que mover el comercio. 

Entiendo que hay que ambientar la ciudad. Por entender, lo entiendo todo. Pero cuando hace nada que en mi casa se ha celebrado Hallowen, algo que de no ser por mis hijos, jamás se celebraría, de repente ¡Cielos! la Navidad. ¿Ya? ¿Ya ha pasado un año? ¿Otro al coleto? No puede ser.

Veo que comienzan a instalar las luces de navidad, les costará días y días, pienso. Pues no, las hábiles brigadas lo hacen en un periquete. Voy a la plaza del Pilar y ahí está el belén, ya casi ultimado, con sus casas, su arena, su portal, su todo. Alguien nos regala el calendario de adviento, cuyas chocolatinas se trapiñan los niños de una sentada. La tarde siguiente, vienen diciendo que quieren escribir sus cartas a Papá Noel y a los Reyes. Me consta por las redes que los míos no han sido los únicos. El consumismo infantil no tiene límites. Y no es por criticar, ¿pero de veras que tenemos que anunciar con tantísima antelación el solsticio y el nacimiento de Cristo? ¿No es un poco pronto? Como la sociedad nos empuja a acordarnos de la navidad dos meses antes de que la estrella se pose en Belén, intento pensar en positivo. Por lo menos, tengo tiempo de sobra para pensar en mi autorregalo. Espero que este año, mis Reyes se estiren un poco y no me vuelvan a traer un electrodoméstico, como ya hicieron en año pasado, que llegaron con una tostadora bajo el brazo. Aunque mi hija ya me ha advertido que en la carta pide una cafetera para mí, que se me ha roto. En fin, que así son las cosas. 

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