Deslocalizar no fue un acierto

Trabajadores chinos comen en asientos habilitados y colocados para mantener la distancia prudencial recomendada en la fábrica Dongfeng Honda en Wuhan.
'Deslocalizar no fue un acierto'
Yi Xin/EFE

Hubo un tiempo en que se puso de moda la palabra ‘deslocalización’, expresión utilizada en el mundo empresarial para definir el traslado de instalaciones industriales hacia zonas del mundo en que la producción de bienes resultaría mucho más barata al conseguirse costes más bajos que aquellos en los que se debía incurrir en países más avanzados y con regulaciones sociales menos permisivas. 

Uno de los ‘ahorros’ más buscados por los deslocalizadores eran los costes salariales y sociales y era frecuente escuchar frases como que los asiáticos se conformaban con un tazón de arroz. Y emigraron miles de empresas para instalarse en países tercermundistas; y se facilitaba a esas nuevas empresas, baratas, hacinadas de personal, inseguras, el plano, el diseño, o alguna pequeña parte del ‘know how’ necesario para los procesos de fabricación. Se dirigían a distancia y se alcanzaba una falsa productividad, pues no se basaba en la eficiencia sino en una mano de obra abundante y, por supuesto, muy mal pagada.

Ahora resulta que nos encontramos sin suministros de muchas de las cosas cuya elaboración confiamos a terceros países en lugar de industrializar los nuestros, siquiera por una mínima estrategia de prudencia, y se paralizan muchas de nuestras empresas por falta de esos componentes, que además se encarecen por la avidez de otros competidores nuevos que para más inri han aprendido a mejorar y a organizarse por y con nosotros.

No se trata de volver a un sistema de autarquía, pero sí de entender que un país con pretensiones de industrial debe integrar en su sistema productivo los mecanismos de garantía suficientes para que funcionen con fluidez las cadenas de producción. Eso significa reducir la dependencia exterior o asegurar los suministros, quizás a costa de mantener elevados ‘stocks’, lo que a fin de cuentas implica también unos costes que muy probablemente neutralizan las actuaciones de abaratar por deslocalización.

Dicen que la avaricia rompe el saco. Y puede que sea lo que ha ocurrido en este caso; minimizar los costes es una buena práctica empresarial, pero tiene sus límites, como se está demostrando con el efecto bumerán que están sufriendo muchas empresas.

Deslocalizar ha traído a vuelta de correo una nueva crisis que ha cogido por sorpresa al mundo de las economías basadas en la industria; España mismo, entre otras, ha venido perdiendo peso de la industria en el PIB y dígase lo que se diga la reindustrialización es una necesidad para cualquier intento de cambiar el modelo productivo: crea empleo estable, tiene un efecto multiplicador, supone innovación, incorpora nuevas tecnologías y asegura la solidez y la independencia económica de una nación.

Esa ha debido ser la idea del presidente francés, Macron, cuando ha presentado al país su megaproyecto de inversión de treinta mil millones de euros para industrializar Francia. Puede ser un señuelo electoral, como acusa la oposición, pero la idea es brillante aunque sea un desiderátum. Lo que no fue un acierto fue deslocalizar sin ton ni son. Ahora lo estamos pagando.

Comentarios
Debes estar registrado para poder visualizar los comentarios Regístrate gratis Iniciar sesión