Por
  • Francisco Bono Ríos

De la pandemia al desorden mundial

El presidente de China, Xi Jinping, llega a la cumbre del G-20 en Osaka.
'De la pandemia al desorden mundial'
Kim Kyung-Hoon/Pool / Reuters

A lo largo de la historia todo gran conflicto, o descubrimiento, ha provocado casi siempre un ‘nuevo orden’ en el mundo, caracterizado por cambios en el liderazgo económico y geoestratégico. 

Ocurrió con distintos imperios, incluyendo a España en su momento (por añadir un tinte patriótico, que falta nos hace), y más recientemente con la toma de posición de Estados Unidos tras las dos guerras mundiales del siglo XX.

Pues bien, la pandemia ha ocasionado –o acelerado– un nuevo orden con el liderazgo aparente de China, aunque a la vista de lo que está sucediendo en el planeta deberíamos calificar la situación de ‘desorden’. Desgranaremos brevemente alguno de los motivos.

El nuevo protagonismo de China ha trastocado la rutina en los procesos económicos y son los propios problemas internos de aquel país, unidos a los de otras zonas que han recuperado protagonismo, los que están ocasionando una sucesión de graves estrangulamientos en el suministro de materias primas, las demoras en la navegación de contenedores y componentes para la industria, etc., así como la crisis energética (de caóticas previsiones), poniendo en riesgo el funcionamiento de toda la economía mundial. La sensación de desorden es mayúscula al alterarse el funcionamiento de la economía mundial tal y como lo entendíamos hasta 2019.

El surgimiento de China como gran potencia económica y política ha trastocado los equilibrios geoestratégicos

La cuestión no es baladí ya que se está produciendo un ambiente de desconcierto que, evidentemente, está retrasando la recuperación, como consecuencia de los aplazamientos de nuevas inversiones, altibajos continuos en las Bolsas de valores y dificultades en las cadenas de producción de las empresas. China da muestras de fuertes debilidades internas (la combinación de totalitarismo político y libertad económica no parece tan sólida), Estados Unidos se plantea liderar un proceso de mayor ‘autarquía’ en la proximidad de industrias de componentes, etc.

En resumen, un gran desorden que no muestra visos de solución a corto plazo, ya que se trata de conflictos geopolíticos que requieren su tiempo de asentamiento. Y todo ello, en nuestro entorno más próximo, con la indudable pérdida de peso de la Unión Europea, y por sus conflictos internos de difícil control debido al gran número y variedad política de sus miembros, que dificulta su cohesión, cuestión que se entiende fácilmente si observamos la jaula de grillos en que se ha convertido nuestra España de las autonomías.

Y está contribuyendo a una alteración del funcionamiento de la economía mundial que puede durar mucho tiempo

Es tal el nuevo desorden que hasta el mundo de las ideas económicas se ha contagiado. Un ejemplo muy reciente es la controversia originada por la concesión de los últimos Premios Nobel de Economía a David Card, Joshua Angrist y Guido Imbens, ya que implica un interesante debate en términos académicos, como es la pugna entre partidarios del método deductivo o, por el contrario, de las pruebas empíricas con sustento de las teorías económicas (y que me perdonen mis colegas por tan gran simplificación).

En este caso particular, en España –así como en otros países– se ha utilizado la investigación del primero de los citados autores tendente a demostrar que los aumentos del salario mínimo no tienen por qué impactar en pérdidas de empleo. La cuestión es que el autor basó su aseveración en un trabajo empírico llevado a cabo en un concreto territorio de Nueva Jersey, sin que se planteara generalizar esta conclusión con carácter universal. Utilizar esta aseveración con intención política es legítimo, siempre y cuando se aclarasen los términos exactos en que se basa, aceptando que, en términos universales, una medida como el salario mínimo tiene efectos diferentes –y contrarios– sobre el empleo dependiendo de los distintos sectores, territorios y situaciones en el tiempo. Lo cual también se ha demostrado empíricamente.

En fin, estamos asistiendo a un desconcierto general. El problema está –mucho me temo– en que tenemos desorden para bastante tiempo. El necesario liderazgo mundial –necesario para poner orden– dista de aclararse a corto plazo, mientras que los temas que más preocupan en nuestro ámbito más próximo parecen ir por otros derroteros más ‘domésticos’, por poner un calificativo sosegado: solo hay que fijarse en los debates del Congreso.

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