Atardecer de diciembre, casi pictórico, plasmado en el cielo lecerano.
'Celajes'
Laura Uranga

De vez en cuando, tal vez más a menudo en otoño, puede suceder que una palabra llame a la puerta. 

Son las cuatro de la madrugada y no te apetece atenderla. Con atenderla me refiero a encender la luz y apuntarla en un cuaderno. Si no lo haces, la palabra se va silenciosamente, no insiste, y por la mañana te has olvidado de ella. Se da el caso, sin embargo, de que una palabra más bien rara reclama tu atención varias veces. Ni la abulia ni el desánimo existencial de esta época del año pueden con ella. Hablo con mi tía Amanda y me dice que en Madrid hace mucho que no llueve. Hay celajes, repite, y me suena a una mezcla de cielo y encajes. Esa misma noche oigo en la radio un poema de Pedro Salinas titulado ‘Nube en la mano’: "Y si ayer vapor la vi/ en mi mano está su peso,/ ahora, leve; y sus celajes/ en carmines los poseo". Busco ‘celajes’ en el María Moliner: "Conjunto de nubes; especialmente, considerado como espectáculo o como tema pictórico". Imagino que esos celajes son nubes del tipo cirros, así como deshilachadas, de poco peso, que no anuncian lluvias y con sus "carmines" embellecen los cielos al atardecer. Son celajes, precisamente, los que llenan mi fondo de pantalla desde hace meses, pero nunca les había puesto nombre. Ahora todavía me gusta más esa foto que capturé desde mi ventana el otoño pasado. La tercera acepción de ‘celajes’ en el diccionario es bastante misteriosa: "Presagio, anuncio o principio de algo que se espera o desea". Miro mi fondo de pantalla como si en él estuviera escrito todo lo bueno que está por llegar, necesariamente.

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