Por
  • Javier Lacruz

¡Vete ya!

'¡Vete ya!'
'¡Vete ya!'
Pixabay

El humano es un animal peculiar: habla. 

Sabe que habla, pero no sabe lo que habla. Esa es su más firme contradicción. La paradoja que envuelve su identidad; eso que llamamos individuo, sujeto, persona. Indistintamente. El habla del ‘Homo erectus’, comenzó con un lenguaje rudimentario. Sonidos guturales, gritos, aullidos. Y sigue. Alcanza desde un elemental lenguaje articulado hasta un cerebro poliglósico. No sabemos lo que decimos, porque no sabemos porqué lo decimos. Freud lo dejó claro: "El yo no es el amo de su propia casa". Y si no sabemos quién somos cómo vamos a saber de lo que hablamos. Castilla del Pino, mi maestro, añadió: "Todo acto de habla es predicado del hablante". Uno habla, sobre todo, de sí mismo. Así, la pancarta del balcón de mi vecino de enfrente –"¡Vete ya"»– dice más de él que de un tal Sánchez.

El humano es lenguaje; le precede y le constituye. Y silencio. El silencio es elocuente, también habla. Y calla. Tampoco es inocente. Si uno no se sabe limitado y no sabe bien sus límites, no se comunica: hace ruido. El lenguaje no debe lastimar el respeto humano. Ser libre no es decir lo que se piensa, sino pensar lo que se dice. Y saber decirlo. En palabra, letra, gesto. Todos los días, de mañana, veo a mi vecino desperezarse en el balcón, levantando un brazo al tiempo que con el otro se rasca los c... La pancarta de mi vecino habla de política. Ya. A mí de su falta de respeto. Por eso me preocupa menos el tal Sánchez que su feroz aullido en mi cara. Por ahí se empieza. 

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