Cada domingo, a la hora del Ángelus, Pablo Serrano se aparece en carne mortal a los visitantes de su museo en la capital aragonesa. Con su camisa de cuadros, pantalones desgastados y barba desaliñada, el artista de Crivillén repasa su obra y su pensamiento de forma amena. Suele tener un público variopinto en el que no faltan niños y adolescentes que alejan por unos minutos la mirada del teléfono móvil para no perderse las explicaciones de uno de los mayores artistas del siglo XX.

Pablo Serrano anima a dar rienda suelta a la imaginación para adivinar qué quiso decir con sus piezas escultóricas. Al observar la visible tristeza que aflora en el rostro de Antonio Machado, da medida de su capacidad para retratar el alma, y no solo el rostro, de los personajes a los que esculpió.

Serrano cuenta algunas anécdotas, como la que protagonizó por su parecido con su admirado Miguel de Unamuno, a quien también retrató con su figura atormentada: un buen día, una persona se acercó al escultor turolense para pedirle un autógrafo al confundirlo con el intelectual vasco, quien hacía años que había abandonado este mundo. Pero Serrano no dudó en plasmar su firma para no romper en añicos su ilusión. "Dicen que nos parecíamos en el físico, y también en la forma de pensar".

Una vez recorrido de su mano el museo, se abre el apetito de admirar con nuevos ojos el gran medallón retablo de la Venida de la Virgen en el centro de la fachada de la Basílica del Pilar; y sus esculturas de  San Valero y el Ángel Custodio de la Ciudad guardando el Ayuntamiento de Zaragoza, también en la plaza de las Catedrales. Y también despierta el deseo de contemplar la huella de otros grandes artistas, desde Goya a Gargallo, en Zaragoza. Serrano obra el milagro. Un lujo gratuito.