Las alrededor de veinte mil personas que ayer participaron en la Ofrenda de Flores a la Virgen fueron una representación del fervor y la alegría con que Zaragoza y Aragón acuden cada año, desde 1958, al acto más popular de las fiestas del Pilar. 

La capital aragonesa vive este 2021 unos días pilaristas a medio camino entre la normalidad y la pandemia, con ganas de recuperar la vida de siempre pero obligada todavía a la prudencia. Y con la firme esperanza de que la Ofrenda del próximo año volverá a ser, como siempre ha sido, la masiva expresión de una identidad colectiva.

Sin fiestas oficiales y con el virus de la covid todavía presente en nuestra Comunidad, aunque en mucha menor medida que hace unos meses, no parecía conveniente organizar una Ofrenda de Flores con los criterios habituales, que permiten la feliz participación cada año de cientos de miles de personas. Pero, aunque sin público y con limitaciones, la Virgen del Pilar recibió ayer el homenaje de Zaragoza y de Aragón de manos de las veinte mil personas que tuvieron la suerte de peregrinar hasta la plaza y de portar así el testigo de una tradición que el año que viene, así lo esperamos todos, recuperará el esplendor, la alegría y el carácter abierto y masivo que la han convertido en una seña de identidad para los aragoneses.

Los actos de estos días y la animación de la ciudad y de las reuniones amistosas y familiares -que, hay que insistir en ello, deben desarrollarse cumpliendo las normas y con la debida prudencia- reflejan la vocación de los zaragozanos de recuperar en cuanto sea posible su manera de ser y de relacionarse. La normalidad cotidiana, todavía no alcanzada tras una durísima pandemia, parece estar cada vez más cerca gracias a la vacunación. Hay que encarar el futuro con confianza.